United States or Maldives ? Vote for the TOP Country of the Week !


Roberto le lanzó una mirada tímida, desesperada, como un niño. Luego se inclinó hacia el cadáver, lo levantó y lo puso en la cama rechazando con el pie la parihuela destrozada. En seguida se sentó junto a ella, a la cabecera, y maquinalmente enrollaba en su dedo índice un mechón de la suelta cabellera. El viejo comenzó a temer por la razón de su hijo. Roberto dijo acercándose a él.

Y la joven se expresaba con serenidad, con frescura, como si se tratase de la honra de otra y aquel Roberto fuese un infeliz a quien calumniaban. Juanito no podía contener su asombro. ¡Dios mío! ¡qué gente aquélla! ¿Y era su hermana la joven que permanecía tranquila ante suposiciones ofensivas para su dignidad?

La tía llenaba la casa con sus intolerables sollozos, los demás también lloraban; yo sola no tenía lágrimas. Cuando a eso de las once, Marta exhaló el último suspiro, me acometió un acceso de locura furiosa. En este instante llego de casa de Roberto.

Amén de sus atractivos personales, poseía Rosa una gran fortuna, y mi hermano Roberto tuvo la discreción de no fijarse mucho en sus pergaminos. A éstos se refirió la siguiente observación de Rosa, que dijo: Las familias de alto linaje son, por regla general, peores que las otras.

En la escena final, Clarinda, obligada por la necesidad, se dispone á ofrecer su mano á Roberto, cuando las puertas se abren de repente, entra Lidoro con una antorcha en la mano, anuncia su derrota al orgulloso Príncipe de Irlanda y lleva á Don Juan á los brazos de Clarinda.

Traducida del italiano por Cristóbal de Castro. La mujer y el amor. Traducida del italiano por Pedro Pedraza. HUMPHRY WARD. Roberto Elsmere. Traducida del inglés por F. Villaverde. CARLOS PEGUY. Obras escogidas. VALERY LARBAUD. Fermina Márquez. Traducida del francés por Enrique Díez-Canedo. ISRAEL ZANGWILL. Los hijos del Ghetto. Traducida del inglés por Vicente Vera.

Sin duda a estas horas usted sabe ya lo que ha pasado; pero yo he querido confirmarle personalmente que su amiga ha sido asesinada. La Natzichet ha confesado su delito, y el Príncipe, que se había callado en la esperanza de poder salvarla, ha confirmado su confesión. Roberto Vérod permanecía mudo y confuso. ¿Está usted contento ahora? El joven no contestó.

El médico interrumpió su lectura y exhaló un profundo suspiro, al enjugar el sudor de su frente. Roberto se había parado de un salto; por un instante miró fijamente, como cegado por un rayo, el círculo luminoso de la lámpara, luego se precipitó hacia el anciano; parecía querer arrancarle el papel de las manos. ¿Está escrito allí? balbució. ¡Lee mismo! Siguió un largo silencio.

Con la lucidez de una vidente, vi desarrollarse, sin velo, ante mis ojos, lo que me quedaba de existencia. En lo sucesivo iba a pasar por esta tierra como una muerta, como una muerta iba a tomarle apego a la vida, y como una muerta iba a ver acercarse a la felicidad que, sin embargo, había perdido para siempre. Roberto se adelantó y me besó; le dejé hacer tranquilamente, estaba insensible.

Roberto Vérod había temblado durante el relato, de dolor, de horror, de compasión, de remordimiento impotente, de odio mal contenido. Al oír la última palabra dio un paso adelante, y alzando el puño gritó: ¡Asesino! El Príncipe sostuvo su mirada, y dijo: Pegue usted. Así permanecieron los dos, frente a frente, durante un tiempo que ni uno ni otro habría podido después apreciar.