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¿Qué dice usted? preguntó el juez, acercándose a Vérod y mirándole fijamente en los ojos. Digo que esta señora no se ha matado. Digo que ha sido asesinada. Su voz resonaba de manera extraña, parecía que hablara en un lugar vacío, tan glacial era el silencio que reinaba en torno suyo, tan suspensos y sorprendidos se encontraban los ánimos de todos los presentes.

Como en esos retratos borrados por el tiempo en los que no se distingue más que las facciones debilitadas del modelo, el parecido se atenuaba y la muerta desaparecía empujada por la viva. En vano buscaba ya los detalles que hubieran podido recordarme á Lea Peralli. La actitud de la mujer que tenía delante no era la misma que la de la infeliz asesinada.

¡La víspera había oído su voz! ¡La víspera le había abierto su corazón! ¡La víspera ella había permitido que le besara la mano! Y después... ¡muerta, asesinada! ¡Y el juez no creía en el delito! ¿Y él estaba vivo? La incertidumbre del juez Ferpierre acerca del drama de Ouchy iba en aumento.

Ellos, que ignoraban quién fuese la persona asesinada, lo llevaron á ocultar al convento de San Francisco, y al divulgarse á poco el crimen, se mandaron poner guardias en las salidas del convento, mientras el asunto era objeto de todas las conversaciones en la ciudad y las familias del muerto y del matador sufrían las mayores inquietudes y zozobras.

Llegaron al turbado Cervantes las voces de ¡téngase al rey! ¡dense a la justicia! y pavor entrole, no de ser muerto, sino de ser allí encontrado y preso, y, cargado de cadenas, como criminal y mal hombre tratado; y así fue, que recobrando en un punto todo su valor sereno, a la ventana que en el aposento había fuese, abriola y arrojose a la calle, no huyendo de la muerte y del peligro, sino de la deshonra; que bien hubiera podido creer la justicia, si junto a aquellos dos cuerpos muertos le hubiera encontrado, que él los había matado, por celos al uno en riña, y asesinada la otra.

Lea contestó en tono brusco y desesperado: ¡Porque te amaba! ¿Y por eso me condenaste á un suplicio peor que la muerte?... ¿Quién era, pues, la mujer asesinada? ¿Qué te había hecho? Lo mismo que . Me hacía traición descaradamente; iba á marcharse contigo; me insultaba con su triunfo y se burlaba de mis celos... Jacobo se estremeció. Acababa de comprender. ¡Era Juana Baud! ; era ella.

Mientras las apariencias demuestran que la patrona se ha matado, hay quien asegura que ha sido asesinada. Nadie mejor que usted puede ayudar a la justicia a descubrir la verdad. Usted creía que ella misma se había quitado la vida: ahora que conoce usted la acusación, ¿no duda usted? La mujer juntó las manos, indecisa, confusa. ¡Qué podría decir yo, señor!... ¡Esto es espantoso!... Yo no .

Había sido imposible encontrar ninguno. ¿Sería Sorege? Marenval se lo preguntaba y no encontraba una respuesta aceptable. Si Sorege había sido cómplice ¿quién era la mujer muerta en la calle de Marbeuf? Porque no había que perder de vista que, en realidad, se había cometido un crimen y que si Lea Peralli vivía, otra había sido asesinada en su lugar.

Ya la verás. Es una americanita impetuosa y fantástica, que no será fácil de conducir. No doy diez céntimos por Sorege como ella sepa sus villanías... ¿Piensas que ni Lea ni Sorege sospechan la posibilidad de mi aparición? ¿Cómo han de sospecharla? Te creen tan definitivamente enterrado como á la mujer asesinada.

No, pero castiga el suicidio cuando está probado. Vamos, no tengo suerte con la ley inglesa. Ahora en serio, doctor continuó el magistrado . ¿Cree usted verdaderamente que se trata de una falsa alarma? Le respondo de que la dama en cuestión no ha recibido ni un rasguño. La conozco bien y que está demasiado enamorada de su piel para agujereársela. Pero, ¿y si hubiese sido asesinada?