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Actualizado: 24 de septiembre de 2024
«¿Qué hacer? siguió pensando . ¡Ay! ¿En dónde me he metido?» Unos golpecitos en la puerta del salón la hicieron abandonar sus pensamientos. Entró Sebastiana con expresión tímida é indecisa, manoseando una punta de su delantal. Al mismo tiempo sonreía mirando á la señora, como si buscase palabras para dar forma al deseo que la había traído hasta allí.
Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante.
Sin duda tuvo entonces un geniecito encantador y alegre; esto se lo decía un retrato suyo en que aparecía una chiquilla regordeta, graciosísima, que inclinando la cabeza con malicia, adelantaba un piececito y escondía las manos tras la espalda. Había también una primera luz de amor en su infancia indecisa: Roberto, muchacho paliducho que jugara con ella y que por juego fue su amante infantil.
Deteníase de vez en cuando como indecisa, repitiendo los mismos versos tenazmente, hasta que lograba pasar a otros nuevos, lanzando al final de cada estrofa, según costumbre del país, un cloqueo extraño semejante al graznido del pavo real, un gorgorito rudo y estridente como el que acompaña a los cantos de los árabes.
Miss Darling se destacaba en aquella sociedad ficticia por una nota muy personal: la sinceridad. Tal como era, así se mostraba, sin ningún cuidado de la opinión ni del efecto que pudiera producir. Cuando le gustaba una cosa, lo decía; y tampoco disimulaba lo que le inspiraba desprecio. Tenía lo que más falta en esta sociedad indecisa y flotante a pesar de su aplomo afectado: la solidez.
Cuando los mancebos en cuestion se dirigieron á su propietaria y le manifestaron el atrevido pensamiento de alquilarlo, la ilustrada y nariguda maestra de niñas estuvo indecisa largo tiempo: el que ellos tardaron en reunir, escudriñando y vaciando los bolsillos de todos, la escasa cantidad á que montaba el mes adelantado y el de fianza.
Primeramente vió unas tierras bajas en las que parpadeaban los últimos fuegos de los faros. Luego fué reconociendo la rada, vasta extensión acuática con un marco de arenales y lagunas que reflejaban la luz indecisa del amanecer. Las gaviotas, recién despiertas, volaban en grupos sobre la inmensa copa marina.
Don Tello, entre sospechoso y alegre, acoge la proposición del Rey; éste le presenta una espada para defenderse, y se separa de él, prometiéndole volver. Poco después entra por otra puerta, y, alterando de nuevo su voz, insulta á Don Tello que no reconoce á su libertador. Sacan las espadas; la victoria permanece largo tiempo indecisa, hasta que al fin es desarmado Don Tello.
Pero casi en seguida vi a una mujer, en pie, cerca de la ventana. Me dirigí a ella, doblé una rodilla y tomándole una mano la llevé a mis labios. No habló ni se movió. Me levanté y, a pesar de la indecisa luz, noté la palidez de sus mejillas, vi la aureola que le formaban sus hermosos cabellos y sin darme cuenta de ello pronuncié dulcemente su nombre: ¡Flavia!
La historia, no la piedra, es el panteon de los grandes hombres. Pasamos luego á una especie de cueva, que está enfrente de la puerta de entrada. Una sola lámpara alumbra este recinto. Entre una atmósfera indecisa de luz y de sombra, distingo un objeto, tendido á lo largo. Es una espada de Bonaparte: la espada de Austerlitz.
Palabra del Dia
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