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Los sentimientos de la señorita de Sardonne por Pedro de Pierrepont habíanse ido desenvolviendo poco a poco hasta llegar a la adoración, adoración que la niña guardaba cual en un santuario, en el más oculto rincón de su casto pecho, sin que Pedro lo sospechara siquiera, pues tenía por las jóvenes de la edad de Beatriz el desprecio propio en un hombre de su temple y años.

Esto sabed, ya que no Os lo ha enseñado la ley, Que vuestro error despreció, Porque después de ser Rey, Soy el rey Don Pedro yo. Y si á la alteza pudiera Quitar el violento efecto, Cuyo respeto os altera, Mi persona en vos hiciera Lo mismo que mi respeto.

Peregrín, debes tener presente que no le has hecho más que una visita en Madrid, y por la noche, según me has dicho apuntó tímidamente D. Juan. El ex-gobernador arrojó a su hermano una mirada de indecible desprecio. Juan, no metas la pata. Peregrín, no por qué... ¡Juan!... ¡Peregrín!... ¡Que no la metas! ¡Que no la metas!

Pues bien: ¿no se te ocurre que el trasto de su madre puede reclamarlo y metemos en un pleitazo que nos vuelva locos?». ¿Cómo lo ha de reclamar si lo abandonó? contestó la otra sofocada, queriendo aparentar un gran desprecio de las dificultades. , fíate de eso... Eres una inocente.

Era de sentir la pérdida, porque un caballo que sustituyera dignamente a Brillante había de costar algún dinero; pero ¡qué demonio! cuatro o cinco mil reales no arruinan a nadie. Y el señor Cuadros hablaba del dinero con expresión de desprecio echando atrás la cabeza y sacando el vientre como si lo tuviera forrado con billetes de Banco.

Ambos eran bajos de estatura y no muy corpulentos. Sin embargo, Plutón, aunque de piernas flacas, tenía el torso robusto, los brazos largos, la mirada dura, insolente, denotando su estructura de mono bastante agilidad y fuerza. Nolo de la Braña pagó la mirada agresiva y sarcástica de los mineros con otra de curiosidad no exenta de desprecio.

Phs... Me parece que la hermanita es una chicuela con un puchero de grillos en la cabeza. Ni sabe lo que quiere, ni por lo visto lo ha sabido en su vida. Al cabo hará lo que le manden... Conozco el paño. Me molestaron grandemente aquellas palabras, no tanto por el desprecio que envolvían hacia la mujer que me tenía seducido, como por encontrar en ellas alguna apariencia de razón.

Empezaba a hablar con desprecio de «la carrera». En una Legación, el ministro, que había alcanzado sus ascensos, antes de que se inventasen las máquinas de escribir, por el primor caligráfico con que copiaba los protocolos, decía a Ojeda con irónica superioridad: «¡Qué letra tan pésima la suya!... ¿Y usted hace versos? ¿Y usted presume de literato?». Otros jefes le echaban en cara sus aficiones «ordinarias», su marcada intención de evitar las reuniones entonadas del mundo diplomático para juntarse con la bohemia del país, juventud melenuda que recitaba versos y discutía a gritos, en torno de los ajenjos, bajo nubes de tabaco.

¡Mi mujer! exclamó con una expresión de inconcebible desprecio por una idea que le parecía insensata. ¡Yo el marido de Julia! ¡Ah!... Pero, entonces, Domingo, ¿es que no me conoces mejor que si nos hubiéramos encontrado por vez primera hace una hora nada más? Primero te diré por qué jamás me casaré con Julia y luego te explicaré por qué nunca me casaría con ninguna otra, quienquiera que fuese.

El jefe miró con desprecio a las turbas; y Pepe, que iba como alférez en su puesto, pensó que acaso tuvieran razón los que dicen que el pueblo es indigno de la libertad.