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Por ausencia de Martinán estaba una noche Quino ayudando á Eladia en el despacho. Detrás del mostrador desatando los pellejos de vino y escanciando y cobrando semejaba ya el asociado afortunado del afortunado Martinán. La taberna estaba llena de paisanos y mineros.

Y su voz tenía el mismo acento de súplica infantil que los lamentos de los mineros cuando veían aproximarse el doctor á las camas del hospital. Todo lo había perdido en un instante. ¡Adiós comilonas y agasajos, el trato con los ricos, todo lo que le hacía ser mirado con envidia por sus antiguos compañeros cuando se dignaba subir á las canteras acompañando á los contratistas!

Los que han entrado no han vuelto a salir, y es lástima, porque nos hubieran dicho qué pasaba allá dentro. La boca de esa caverna hállase a bastante distancia de nosotros; pero hace dos años los mineros, cavando en este sitio, descubrieron una hendidura en la peña, por la cual se oye el mismo hervor de agua que por la boca principal.

Despertaba en ellos cierto orgullo que el doctor Aresti, que había estudiado en el extranjero y del que hablaban en la villa con respeto, quisiera vivir entre ellos, en la sociedad primitiva y casi bárbara del distrito minero. Esto les halagaba como si fuese una declaración de superioridad en pro de los mineros de las Encartaciones sobre los chimbos de Bilbao.

Así viven los personajes de BRET HARTE en esa sociedad caótica, mitad aventureros y mitad hombres de bien, bandidos y mineros, varones de voluntad indomable, duros, ásperos, acerados, dispuestos a cualquier cosa en cualquier momento, y hasta a acciones generosas y nobles también, en caso de presentárseles la ocasión.

Los mineros salían de la obscuridad con el bolsillo repleto, la sed y el hambre excitadas; pagaban bien, derrochaban y comían y bebían veneno barato en calidad de vino y manjares buenos y caros.

Hay ademas mineros de veta en el rio Mutu-Solo, sobre las playas de Pelechuco, y mas arriba de la aldea de este nombre. Las montañas de Suni-chuli, en la direccion de Charasani hácia el norte de Pelechuco, encierran las venas mas ricas: las ofrece igualmente el rio de Amantala.

Todos estaban marcados con un sello de decrepitud, que obligó a la condesa de Cotorraso a decir de pronto: Aquí, al parecer, no trabajan más que los viejos. El director sonrió. Parecen viejos; pero no lo son, señora. ¡Pero si todos tienen la piel arrugada, los ojos hundidos y apagados!... No importa; ninguno de ellos llega a cuarenta años. Los que trabajan aquí son mineros que ya no pueden bajar.

Parecía imposible que aquella profundidad fuese obra del hombre en tan pocos años. Abajo, las cuadrillas de mineros, atacando el muro de mineral con picos y palancas, semejaban bandas de insectos. Los caballos parecían por su tamaño escapados de una caja de juguetes.

Aparecen de improviso en aquel recinto dos negras y siniestras figuras, las de aquellos dos mineros que ya conocemos, Plutón y Joyana. Flora da un grito penetrante y corre desalada por la margen del riachuelo. Demetria queda inmóvil y pálida y clavándoles una mirada colérica les pregunta: ¿Quiénes sois y qué venís á hacer aquí?