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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Poco después resonaban las pisadas de su caballo por una estrecha calle que se perdía al pie de la colina, en una ruina caótica de fosos y acueductos, y se apeó delante de las doradas ventanas de una regia cantina.
Ella era doctora de la Universidad de Melbourne; doctora en música... Jaime, disimulando el asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de él, de su familia, de su país, de las curiosidades de la isla, de la caverna de Artá, trágicamente grandiosa, caótica como una antesala del infierno; de las cuevas del Dragón, con sus bosques de estalactitas luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos, de cuyo profundo cristal parecía que iban a surgir mágicas desnudeces semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los Nibelungos.
¡Ay, no es verdad que brote la alborada tras la noche caótica y severa!... Donde la pena labra su morada, allí estará cual víbora enroscada, siempre más pertinaz, siempre más fiera. En vano, muchas veces, temerario, intenté refrenar con valla ruda el cauce de mis penas tumultuario: no he logrado desviarme del calvario donde sucumbo sin piedad ni ayuda.
Esta masa caótica de objetos de moda extendíase hasta el gabinete, invadiendo algunas de las sillas y parte del sofá, confundiéndose con las ropas de uso, como si una mano revolucionaria se hubiera empeñado en evitar allí hasta las probabilidades de arreglo. Dos o tres vestidos de la Sánchez, enseñando el forro, con el cuerpo al revés y las mangas estiradas, bostezaban sobre los sillones.
Ya no eran aquellos los días de las borrascas sensuales, en que el amor físico, mezclándose al platónico, se entregaba al arabesco de la pasión disparatada y caótica; el alma ya se había sobrepuesto y daba el tono al cariño, que, al arraigarse y convertirse en costumbre, se había hecho espiritual.
Por eso hacía tiempo que había resuelto confundir a todos los seres que le rodeaban en una masa caótica, en la cual sólo dos o tres aparecían con algún carácter individual. La niña aguardó con sus bracitos cruzados cerca de un cuarto de hora. Al fin el señor de Quiñones, después de jugar una entrada con fortuna, se dignó clavar en ella una mirada severa que la hizo empalidecer.
Una cultura, según éste, era «la unidad de estilo en todas las manifestaciones de la vida». La ciencia no supone cultura. Un gran saber puede ir acompañado de una gran barbarie, por la ausencia de estilo ó la confusión caótica de todos los estilos.
Así viven los personajes de BRET HARTE en esa sociedad caótica, mitad aventureros y mitad hombres de bien, bandidos y mineros, varones de voluntad indomable, duros, ásperos, acerados, dispuestos a cualquier cosa en cualquier momento, y hasta a acciones generosas y nobles también, en caso de presentárseles la ocasión.
Palabra del Dia
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