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Actualizado: 9 de junio de 2025
Luego indicó con sus ojos a la inglesa, que permanecía tiesa y grave durante esta ceremonia, sin la cual ninguna joven bien nacida puede cruzar su palabra con un hombre: «Miss Gordon, doctora de la Universidad de Melbourne.» La miss alargó su manecita enguantada de blanco y sacudió con una rudeza gimnástica la diestra de Febrer. Sólo entonces se decidió a hablar.
Gillespie acabó embarcándose con rumbo á Melbourne, pero antes escribió á una amiga de Margaret para que ésta conociese su resolución y el lugar de la tierra adonde le encaminaba su nueva aventura. La larga navegación fué muy triste para él. La soledad voluntaria en que se mantuvo entre los pasajeros sirvió para excitar sus recuerdos dolorosos.
Ella era doctora de la Universidad de Melbourne; doctora en música... Jaime, disimulando el asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de él, de su familia, de su país, de las curiosidades de la isla, de la caverna de Artá, trágicamente grandiosa, caótica como una antesala del infierno; de las cuevas del Dragón, con sus bosques de estalactitas luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos, de cuyo profundo cristal parecía que iban a surgir mágicas desnudeces semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los Nibelungos.
Quiso saber los medios más seguros para regresar á los Estados Unidos cuanto antes, y el oficial le habló de un paquebote que partiría de Melbourne horas después de la llegada de éste en que iban ellos. La buena noticia animó un poco á Gillespie, haciéndole pensar en la remota posibilidad de que sus asuntos pasionales obtuviesen finalmente una solución dichosa.
Llegan de Londres, de San Petersburgo, de Nueva York o de Melbourne en busca de nuevas contratas; han corrido el globo con la indiferencia del que tiene todo el mundo por casa; han pasado una semana en el tren o meses en el vapor, para volver a su rincón de la Galería, sin que el viaje les haya reformado, reanudando sus enredos, maledicencias y envidias, como si hubiesen salido de allí el día anterior.
Su impaciencia le hizo subir otra vez al puente, en busca del mismo oficial. ¿Cuándo llegaremos á Melbourne? Dentro de tres horas. ¿Está usted seguro de que el otro vapor sale en seguida para San Francisco? Zarpará lo más tarde mañana al amanecer.... Tal vez salga hoy, y tendrá usted que moverse mucho para obtener un buen camarote y trasladar su equipaje.
En Auckland tampoco le salió al encuentro ningún cablegrama. Varias familias de Nueva Zelandia tomaron pasaje para ir á Sidney ó á Melbourne. El joven americano evitaba toda amistad con los compañeros de viaje. Prefería la melancolía de sus recuerdos, entregándose á ellos ya que no le era posible el placer de la lectura.
Palabra del Dia
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