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Un velador modesto y viejo, que parecía haber subido solo de la habitación del portero, saltaba á todas horas, hablando por medio de sus patas, en el dormitorio de la princesa. Un día se decidió ésta á comunicar á su hijo el gran secreto de su existencia. Al fin sabía quién era; las revelaciones de los espíritus le permitían conocer su verdadera personalidad.

Batiste y su familia no se dieron cuenta de cómo se inició el suceso inaudito, inesperado; quién fué el primero que se decidió á pasar el puentecillo que unía el camino con los odiados campos. No estaban en la barraca para fijarse en tales pormenores.

Todas las noches, en la tertulia de la marquesa, mostraba ahora Pirovani el gesto preocupado del que desea proponer algo y cuando va á hablar se siente enmudecido por la emoción. Después de una semana de dudas se decidió á formular su deseo, precisamente la noche en que el oficinista esperaba conseguir el mayor éxito de su vida.

Una aprensión invencible la había imposibilitado para llevar la conversación al recuerdo de su padre. Como la irritara su propia falta de audacia y excitada por la violenta curiosidad, se decidió al fin: Ustedes trataron mucho a papá... Y miró a Zoraida, la mayor, con expresión de tímida simpatía. No parecieron en manera alguna sorprenderse.

Mis clamores llegarán a él como inflamadas saetas y derribarán el escudo con que se defiende y oculta a los ojos de mi alma. Yo pelearé como Israel en el silencio de la noche, y Dios me llagará en el muslo y me quebrantará en ese combate, para que yo sea vencedor siendo vencido. 12 de Mayo. Antes de lo que yo pensaba, querido tío, me decidió mi padre a que montase en Lucero.

La narracion de sus viages, de sus aventuras, y de sus mismos peligros enflamaron la mente del jóven facultativo, que se decidió fácilmente á acompañarle en su próximo viage. Poco despues de su regreso á Inglaterra, emprendió otro á Cádiz, en donde se embarcó para Buenos Aires.

Cuando don Carlos decidió vivir en Loreto todo el año, para hacer economías, Ana le besó en los ojos y en la boca y fue por un día entero la niña expansiva y alegre que había empezado a brotar antes de ser trasplantada al invernadero pedagógico de doña Camila.

Varias casas importantes, se decía, se encontraban envueltas en este desastre. Huberto arrojó el diario con cólera; todo se conjuraba en ese día para certificarle la catástrofe. A fin de distraerse de estas preocupaciones nuevas para él, decidió que iría a almorzar al club. Pero en el camino lo atacaron penosas reflexiones. ¿Qué haría? ¿Seguir el consejo de su madre?

Adivino en su rostro hace rato que desea hacerme una pregunta.... Gillespie indicó con un movimiento de cabeza que así era, y viendo que el profesor Flimnap ponía los codos en su mesita y la frente entre las manos para escucharle, se decidió á interrumpir la interesante lección.

Las montañas de Vizcaya no podían suministrar a mi ambición recursos para elevarme a la altura de mis ilusiones. Seguí a don Diego hasta Zaragoza, porque se decidió a protegerme, y yo decía para : «Algún día sacaré a mi madre de la miseria»; pero vos no lo habéis querido.