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Y don Fermín de Pas llegó al caserón de los Ozores, vio a don Tomás Crespo desaparecer por la plaza, entró en el portal y se decidió a saludar a don Víctor, que abría la puerta, y subió con él; y estaba dispuesto a hablarle, a preguntarle, a aconsejarle... a insinuarle la venganza necesaria... y no sabía cómo empezar.

Pero los mozos la siguieron, y ella quiso ir más á prisa; ellos también; ella más aún, hasta que se decidió á correr, y corrió con toda la velocidad que podía. Entonces una mujer gritó desde una puerta con voz chillona y angustiada: "¡A esa, á esa, á esa!" Un hombre la detuvo por el brazo; muchas mujeres la rodearon, y se formó en un momento un grupo de más de treinta personas en torno á ella.

Mi madre no se quejaba á mi padre: si se hubiera quejado, mi padre hubiera dejado el servicio, pero hubiera enfermado de tristeza. Entre su propio sacrificio y el de su esposo, mi madre se decidió por sacrificarse. Y se sacrificó por completo.

El enano, que á veces fallaba con alguna precipitacion, decidió luego que no habia vivientes en la tierra, y su razon primera fué que no habia visto ninguno.

Se decidió á concluir de una vez aquella penosa situación. Señora dijo, yo me retiro. Es preciso que me retire.... contesta ella, y yo también. Vamos. Nos iremos juntos. ¡Usted, señora, usted...! exclamó Lázaro descompuesto. , los dos. Vamos. Señora, usted delira. Eso es imposible. ¡Imposible, imposible! No podemos quedarnos aquí. Es preciso que nos separemos, señora.

Después de tres días Nébel decidió aclarar de una vez ese estado de cosas, y aprovechó para ello un momento en que Lidia no estaba. Hablé con mi padre comenzó Nébel y me ha dicho que le será completamente imposible asistir. La madre se puso un poco pálida, mientras sus ojos, en un súbito fulgor, se estiraban hacia las sienes. ¡Ah! ¿Y por qué? No repuso con voz sorda Nébel.

Aquella noche, mientras desvelado daba vueltas en el lecho sin poder desechar su inquietud, no obstante sus razonamientos, decidió, sin embargo, no esperar esta vez para tomar un partido, al tercer acto de la estúpida comedia, a la llegada del tercer sellito... Venían dirigidas las cartas de Garibaldi a un .

Kotelnikov recibía estas muestras de atención con su modestia habitual. Un día se decidió a hacer una visita a su subjefe; mientras tomaba te con confitura de cerezas, hablaba de las negras y de algo exótico que había en ellas.

No todas tienen tan feliz desenlace, porque el Duque, que se había interesado por la joven y no podía pasar sin ella, decidió, según dicen, hacerla su esposa para dejarle su fortuna... como, en efecto, ha sucedido. ¡Diablo! Pues siendo viuda... es un partido soberbio. Ha transcurrido ya el tiempo del luto, y tanto en Inglaterra como en Francia no faltará quien le haga la corte.

Acaso para arrancar su pensamiento a una obsesión penosa, se decidió a interrogarla sobre un tema que en otra ocasión no hubiera podido tocar sin sobrecogerse. Quiero que me digas una cosa, aunque te extrañe mi pregunta. Es sobre papá... Entonces vio en Carmen aquella actitud de embarazo que había advertido, en las tres, el año anterior, al hacer alusión a su padre.