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Las proyecciones sicológicas del delirio, por decirlo así, se erigieron y giraron desde la primera noche alrededor de un solo asunto, uno solo, pero que absorbe su vida entera. Es una obsesión prosiguió Ayestarain, una sencilla obsesión a 42°. Tiene constantemente fijos los ojos en la puerta, pero no llama a nadie.

Don Paco dejó, pues, de ir todas las noches a casa de ambas Juanas; ya no veía a Juanita en la fuente y sola, porque él mismo había predicado para que no fuese, y, sin embargo, no acertaba a sustraerse a la obsesión que Juanita le causaba de continuo, presente siempre a los perspicaces ojos de su espíritu, así en la vigilia como en el sueño. Por dicha, no le atormentaban los celos.

Desfilaban ante sus ojos los recuerdos de algunos meses antes, cuando se había iniciado su amor, de cinco á siete de la tarde, bailando en los hoteles de los Campos Elíseos que realizaban la unión indisoluble del tango con la taza de . Ella pareció arrancarse de estos recuerdos á impulsos de una obsesión tenaz que sólo había olvidado en los primeros instantes del encuentro.

Y el anhelo de elevarse hasta la virtud más sólida, de consagrarse fielmente a D. Joaquín y de ser modelo de casadas y señora muy respetable vino a ser la constante obsesión de su alma. Aunque ella era un lince para notar los defectos de las personas que trataba, no cómo se las compuso que no halló el menor defecto en el inglesito. Todo él le pareció una perfección.

Por su obsesión de escribir renunció a todo y sacrificó los cincuenta años de su vida. Todos sus artículos, sus versos, sus libros, no le produjeron una sola peseta, ni pusieron una sola hoja de laurel sobre su ataúd pardo y siniestro de hospital. A veces el arte es demasiado cruel; deidad y vampiresa exige hasta la última gota de sangre de sus pobres ilusos.

Festéjela, por lo menos durante algún tiempo. Ella sabe hacer olvidar. ¿Está usted segura, Charito, de que Adriana vendrá? ¡Qué obsesión con Adriana! vendrá. Pero escuche. ¿Quiere que le un consejo? Cuando llegue Adriana, usted dedíquese a Lucía.

La dominaba como una obsesión el momentáneo proyecto de vivir en una, casita de Possilipo, completamente sola, llevando una existencia de aislamiento monacal con todas las comodidades de la vida moderna.

Por último, esa sencillez en el escritor, despreocupación en el hombre, proverbialmente suya, que consiste en el olvido de la propia persona para consagrarse a los otros, al culto de una idea o ideal que suele ser siempre una obsesión constante en los predestinados.

Los médicos cuestan dinero, y el tío Tòfol no creía en ellos. Los animales saben menos que las personas, y lo pasan tan ricamente sin médicos ni boticas. Una mañana, en el mercado, las compañeras de la Borda cuchicheaban mirándola compasivamente. Su fino oído de enferma lo escuchó todo. Caería cuando cayesen las hojas. Estas palabras fueron su obsesión.

Se nutre de absenta y de hiel; el comercio de los hombres se le ha hecho odioso; la sucesión de las horas le fatiga; los cuidados minuciosos que constituyen su obsesión le importunan y le sublevan; sus propias facultades son una carga para él, y maldice, como Job, el instante en que fue concebido.