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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Pero el Magistral salió sin responder siquiera, pensando en Ana y en Mesía; y a la media hora, cuando paseaba por el Espolón solo y a paso largo, olvidando el compás de su marcha ordinaria, le repetía en los sesos, no sabía qué voz: ¡besugo, besugo! «¿Por qué se acordaba él del besugo?». Y encogió los hombros irritado también con aquella obsesión de estúpido.
Para eso se ha necesitado casi siempre una obsesión pasional y la impulsión que naturalmente se produce en virtud de ella; comunicar a las multitudes el fuego que a nosotros abrasa y hacerles realizar lo que ellas no pensaron que debieran realizar; aun muchas veces contra la voluntad general, adivinando cuál es el estado de la subconciencia, el deseo íntimo y verdadero de una agrupación de hombres, para llevarlos a que ejecuten lo que quisieran ejecutar, pero lo que no se atreven siquiera a pensar en ejecutar.
Su rasgo característico, bastante a obscurecer otras modalidades de su mentalidad, fué el de revolucionario: dentro de este amplio círculo están insertos el científico, el literato y el políglota. Cultivó todas las artes bellas, pero siempre disfrazada de musa la obsesión de manumitir y dignificar a su patria. Como poeta, le superan Guerrero y Apóstol.
Bajo el imperio de esta obsesión había leído mucho y preguntado más, para confirmar el convencimiento de poseer en cada caso el cuadro sintomatológico de toda enfermedad, y era, entretanto, un organismo sano y preparado para vivir a base de una discreta metodización de las energías físicas e intelectuales, que había disipado con la incontinencia propia de la edad y del enorme caudal que poseía.
Por eso en la presente obscuridad escuchamos el ritmo de tus pasos, porque en aquella noche de orfandad dilataste tu espíritu hasta romper los lazos del abrazo fugaz de lo mortal. Y por eso, fantasma azul del alma femenina que soñara Rizal, prolongación del beso de su obsesión divina, vibrante poesía que el poeta cantara, eres, clara María, ¡Nuestra María Clara!
La verdad es que se casó con él enamorada, locamente enamorada, hasta el punto de hacer lo que hizo, abandonar su casa y su familia por seguirle, sin importarse de su honra ni de su nombre. Pero, este amor, con la edad, se convirtió en una manía, en una obsesión de todos los momentos; apenas dormía, pensando que otras mujeres pudieran robarle el tesoro de su Bernardino.
Irritaba a la de Quintanar esta insistencia de sus ensueños. ¿De qué le servía resistir en vela, luchar con valor y fuerza todo el día, llegar a creerse superior a la obsesión pecaminosa, casi a despreciar la tentación, si la flaca naturaleza a sus solas, abandonada del espíritu, se rendía a discreción, y era masa inerte en poder del enemigo?
Ana sin saber por qué, sintió un poco de ira. «¿Cómo serían aquellos amores de Petra y el molinero? ¿Qué le importaba a ella...?». Pero la manera de mirar a Petra, estudiando los pormenores de su traje, algo descompuesto, la fatiga que no podía ocultar, el sudor, el color de sus mejillas, revelaba una curiosidad que quería ocultar en vano la Regenta. «¿Qué había hecho en el molino aquella mujer?». Este pensamiento baladí, obsesión estúpida que era casi un dolor, absorbía toda la atención de Ana, a su pesar.
Saltó de la cama y encendió luz, paseando furiosamente por su dormitorio. ¡Ya ha sido!... Repetía las mismas palabras con una obsesión cruel: se arrepintió de su generosidad, como si fuese un crimen. «¿Por qué no lo maté?» Luego volvía á su afirmación con un acento plañidero, considerando irreparable lo que ya había sido.
Entonces, por cobardía, se esforzó para pensar en los primeros tiempos de su amor, en la dicha de haberla conquistado, de haberse impuesto al alma que miraba tan misteriosamente por aquellas pupilas circundadas de ligera sombra. Pero acaso ella no podía amarle, algo inconmensurable y oscuro había sin duda entre los dos. De pronto, la obsesión visionaria se reavivó, acercándose.
Palabra del Dia
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