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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te has de volver, en cuanto al cuerpo, pues eres hombre de humo ó tierra.» ¡Lee esto! ¡lee esto! decía el millonario abriendo el libro por aquella misma página que tenía señalada, como si fuese su obsesión. ¡La Muerte! murmuraba luego.
Tengo entendido que, cualquiera que fuese la bondad de su carácter, cualquiera la facilidad con que se le podían acercar, altos o bajos, quienes desearan abordarlo, no fue, sin embargo, un hombre alegre. No podía serlo, puesto que tenía la obsesión de una triste idea, la idea de una misión dura y difícil, no solo para él, sino también para sus compatriotas.
La Nela seguía andando despacio, inquieta de lo que en sí misma pasaba y de la angustia deliciosa que la embargaba. Su imaginación fecunda supo al fin hallar la fórmula más propia para expresar aquella obsesión, y recordando haber oído decir: Fulano o Zutano tiene los demonios en el cuerpo, ella dijo: «Yo tengo los ángeles en el cuerpo.... Virgen María, tú estás hoy conmigo.
Hay en ellos un instinto de curiosidad despierta e insaciable, una impaciente avidez de toda luz; y profesando el amor por la instrucción del pueblo con la obsesión de una monomanía gloriosa y fecunda, han hecho de la escuela el quicio más seguro de su prosperidad, y del alma del niño la más cuidada entre las cosas leves y preciosas.
Consiguió el abogado suspender por dos meses el cumplimiento de la sentencia visitando á muchos de sus colegas que eran personajes políticos. El deseo de salvar la vida de su cliente le atormentaba como una obsesión. Había dedicado á este asunto toda su actividad y sus influencias personales.
Pero entrando en la plena conciencia de la realidad, comprendió lo absurdo de su pregunta. Al día siguiente, en medio de la agitación que trajeron los preparativos del acto religioso, ya no le fue posible apartar su pensamiento de la terrible obsesión. Muñoz ahora se le antojaba un extraño, un hombre a quien no hubiese tratado nunca.
Tiene la obsesión de París; le parece que lo van a sacar de donde está, que va a llegar tarde, que es mentira, un sueño de convención, ajustado entre los nombres para dar vuelta la cabeza a media humanidad... Así, ¡qué brillo en aquellos ojos, cuando le propongo que se vaya a París esa misma noche, con algunos compañeros, y que me espere allí!
Donde un hombre hace su fortuna y constituye su familia, allí está su verdadera patria decía sentenciosamente, recordando á Madariaga. La imagen del lejano país resurgió en él con obsesión dominadora tan pronto como se amortiguaron las primeras impresiones del viaje.
La reserva, la incomunicación, hace que el secreto acabe por convertirse en idea fija, en obsesión, en manía. Los mismos criminales prefieren la cárcel y la horca al peso de su secreto. De ahí que acaben siempre por declarar su barrabasada. Edgard Poe tiene un cuento espeluznante sobre este punto. Un marido ha emparedado a su mujer; pasan muchos años; nadie sospecha que haya cometido tal delito.
Se izaron las velas, se puso el Flash en rumbo al puerto, y cayó su piloto, no en su embriagadora obsesión de costumbre en casos tales, sino en las garras crueles de sus amargos pensamientos. Volaba el yacht cargado de lonas, arrollando garranchos y carneros, saltando como un corzo de cresta en cresta y de seno en seno, circuido de espumas hervorosas, juguetón, ufano... ¿Y para qué tanta ufanía y tanta presteza? Para tortura del pobre mozo, que veía en la llegada al puerto la caída en un abismo sin salida para él... Mirárase el caso por donde se mirara, siempre resultaba el mismo delincuente, el mismo responsable: él, y nadie más que él fue débil complaciendo a Nieves, sin consentimiento de su padre, en un antojo tan serio, tan grave, como el de salir a la mar a hurtadillas y con, el tiempo medido; fue un mentecato, un majadero, haciendo valentías en ella, sin considerar bastante los riesgos que corría el tesoro que llevaba a su lado; fue un irracional, un bárbaro, rematando sus majaderías con la bestialidad que produjo el espantoso accidente... No lo había dicho en broma, no: merecía ser entregado por la Guardia civil a los tribunales de justicia, y agarrotado después en la plaza pública, y execrado hasta la consumación de los siglos en la memoria de don Alejandro Bermúdez y todos sus descendientes. Y si don Alejandro Bermúdez y la justicia humana no lo consideraban así, ni el uno ni la otra tenían sentido común ni idea de lo justo y de lo injusto... ¡Que Nieves vivía! ¡Y qué, si vivía de milagro, como había dicho muy bien la infeliz? Su caída había sido de muerte, con el andar que llevaba el barco; y en esta cuenta se había arrojado él al mar... Si se obraba el milagro después, bien; y si no se obraba... ¿qué derecho tenía él a vivir pereciendo ella, ni para qué quería la vida aunque se la dejaran de misericordia? Esto no era rebelarse contra las leyes de Dios; era sacrificarse a un deber de caridad, de conciencia, de honor y de justicia.
Palabra del Dia
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