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Manolo el de Trebujena había sacado del serón de su asno un tonelillo de aguardiente y servía copas en el centro de un corro. Acudían a él, con avidez de enfermos, los viejos gañanes de cara apergaminada y barbas recias, brillando en sus ojos el consuelo del alcohol.

Hay en ellos un instinto de curiosidad despierta e insaciable, una impaciente avidez de toda luz; y profesando el amor por la instrucción del pueblo con la obsesión de una monomanía gloriosa y fecunda, han hecho de la escuela el quicio más seguro de su prosperidad, y del alma del niño la más cuidada entre las cosas leves y preciosas.

Con mayor atención que nadie, y con avidez reconcentrada y silenciosa, oía Fray Miguel todos los discursos del Padre Ambrosio, y su alma ardía cada vez más en el fuego de dos violentas pasiones. Una de ellas, el orgullo de nación y de casta, plenamente satisfecho, ensanchaba su corazón y tal vez le hacía latir, brioso y alegre, como allá en los años de su juventud primera.

Brillaron los ojos del alemán al ver el oro; una sonrisa beatífica dilató su boca casi de oreja á oreja. Ia dijo comprendiendo la mímica. Y le entregó sus comestibles tomando la moneda. Don Marcelo comenzó á tragar con avidez.

Callaban, pero su gesto era de frialdad ante la distancia enorme de aquel porvenir en el que depositaba el maestro sus esperanzas de bienestar. Ellos lo querían al momento, con la avidez del niño al que se muestra una golosina poniéndola después fuera de su alcance. El sacrificio, la obra lenta en favor del porvenir, no les entusiasmaba.

Todos le juran por lo más sagrado que guardarán el secreto, y, por fin, el hombre empieza á contar la cosa con mucha obscuridad; excitado por los oyentes, se decide á ser claro, y les encaja tres ó cuatro bolas de tente-tieso, que los otros se tragan con avidez, desbandándose en seguida para ir á vomitarla en otros grupos: tan indigestos son esta clase de secretos.

Además de mi apatía e indolencia, exagerada un tanto por mis convecinos los luzarenses para presentarme como un tipo estrambótico, soy un sentimental y un contemplativo. Me gusta mirar, tengo la avidez en los ojos; me quedaría contemplando horas y horas el pasar una nube o el correr una fuente.

Como el áspero mármol que la mano del artista desbasta, esculpe y modela haciendo surgir de la brutal materia la forma encantadora, fue Lázaro trasformándose por el estudio, abriendo cada día con mayor avidez los ojos a la luz de la fe, sintiendo penetrar dulcemente en su alma un algo indefinible que caía sobre su corazón como el rocío del cielo sobre el brote de la planta.

Pasó bien media hora, y ya empezaba á impacientarme cuando sentí pasos. Preparé la linterna. Pero la persona que se acercaba traía luz: entró precipitadamente en el dormitorio, y miró con avidez: era la duquesa de Gandía, que siguió adelante y entró en el oratorio. Poco después salió pálida, aterrada, murmurando: ¡Dios mío! ¿dónde está la reina?

La muchedumbre, oprimida contra las verjas, saludaba á los que partían, acompañándolos con los ojos mientras atravesaban el gran patio. Eran anunciadas á gritos las últimas ediciones de los periódicos. La masa obscura se moteaba de blanco, leyendo con avidez las hojas impresas. Una buena noticia: «¡Viva Francia!...» Un despacho confuso que hacía presentir un descalabro: «No importa.