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Además de mi apatía e indolencia, exagerada un tanto por mis convecinos los luzarenses para presentarme como un tipo estrambótico, soy un sentimental y un contemplativo. Me gusta mirar, tengo la avidez en los ojos; me quedaría contemplando horas y horas el pasar una nube o el correr una fuente.

Parece mentira que este hombre temible en las elecciones, que a todos sacaba ventaja en maquinar un chanchullo y sacarlo adelante por redaños, fuese, en el fondo, la criatura más simple, candorosa, sentimental y asustadiza. ¡Cosas de la vida... y, después de una pausa, añadió y de la muerte! ¡Descansa en paz, Novillo bueno; Novillo fiel; Novillo amante!

El más deslumbrado era D. Francisco, y además el único mortal que leía los folletos bailónicos á los diez años de publicarse; literatura envejecida casi al nacer, y cuyo fugaz éxito no comprendemos sino recordando que la democracia sentimental, á estilo de Jeremías, tuvo también sus quince.

Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, cuando se abandona a la inspiración del momento. Más narrativa que sentimental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre, del caballo y las escenas del desierto, que la hacen metafórica y pomposa.

Se hacía sentimental, tierna, evocaba recuerdos, la autoridad de los recuerdos, que era siempre cosa sagrada, dulce, entrañable.... ¿Qué había pasado en aquella romería de San Blas?

Citaré, por ejemplo, el fragmento de una carta de amor, escrita en el siglo IX, donde el amador ausente se considera tan herido en el corazón y en el alma, que va á morir de mal de ausencia. Es además muy interesante la postdata de esta carta sentimental, ya que por ella se ve que fue confiada á una paloma mensajera.

Mientras tanto, María Valdivieso hacía una escena sentimental a Paco Vélez, porque lejos de ocuparse de ella, durante el riesgo de la mañana, había pensado tan sólo en salvarse a mismo; Jacobo y el tío Frasquito habíanse entrado en la Hospedería sin decir adónde iban, y Currita, llevada de sus gustos idílicos, entreteníase en echar migas de pan a un altanero gallo que merodeaba por el prado, seguido de algunas sumisas gallinas.

«Me gustaría enteramente sentimental, que llegase al alma, que hiciera llorar.... Yo, cuando leo y no lloro, me parece que no he leído. ¿Qué quiere usted? Yo soy así me dijo el Duque de Cantarranas, haciendo con frente, boca y narices uno de aquellos gestos nerviosos que le distinguen de los demás duques y de todos los mortales.

¡Sagunto! ¡Ay, qué nombre!, cuando se le ve escrito con las letras nuevas y acaso torcidas de una estación, parece broma. No es de todos los días ver envueltas en el humo de las locomotoras las inscripciones más retumbantes de la historia humana. Juanito, que aprovechaba las ocasiones de ser sabio sentimental, se pasmó más de lo conveniente de la aparición de aquel letrero.

El maldito tenía en aquella época la demencia de los castillos; estaba haciendo averiguaciones sobre todos los que en España existen más o menos ruinosos, para escribir una gran obra heráldica, arqueológica y de castrametación sentimental, que aunque estuviese bien hecha no había de servir para nada.