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Según éstos, ya interpretadas sus palabras con exactitud, ya heréticamente exageradas o torcidas, en el mundo de los espíritus ha habido, hay y habrá tres reinados: algo a modo de turno pacífico para las tres personas de la Santísima Trinidad.

Para practicar su culto se juntan en la tienda del hechicero, el cual está escondido en un rincon de ella, donde tiene un pequeño tambor, una ó dos calabazas rodeadas de conchas, y algunas bolsas de piel pintadas, en que guarda los materiales de sus encantos: comienza la ceremonia haciendo un gran ruido con el tambor y calabazas; finge luego una epilepsia en que lucha con el diablo, que supone entra en él, teniendo los ojos levantados, las facciones torcidas, echando espuma por la boca, y sus coyunturas descompuestas; hasta que despues de varias y violentas mociones, queda recto y en disposicion de un hombre que se halla con epilepsia: despues de lo cual vuelve como que ha ganado la batalla contra el demonio, fingiendo dentro de su tabernáculo una voz desmayada, chillona y dolorida, como si fuera de un mal espíritu que se supone vencido; y finalmente, tomando una especie de asiento en tres pies, responde de allí á todas las cuestiones que se le proponen: que sea bien ó mal nada quiere decir, porque en caso de suceder lo último, se echa la culpa al demonio.

Casas humeando aún por el incendio, árboles rotos, zanjas, el suelo sembrado de municiones de guerra, cajas, correas de artillería, bayonetas torcidas, instrumentos musicales de cobre aplastados por los carros. En la cuneta de la carretera se veía a un muerto medio desnudo, sin botas, con el cuerpo cubierto por hojas de helechos; el barro le manchaba la cara.

Un día, después de venir de su casa recibió Mendoza un volante ordenándole, en términos que no daban lugar a torcidas interpretaciones, que la sección del periódico titulada Noticias generales llevase por nombre, de allí en adelante, el de Noticias universales.

Al correr, deja en la superficie un extraño mosaico, las torcidas líneas de su marcha oblicua, y donde terminan las líneas veislo encogido que aguarda la pleamar. La Venus esto por un fuco pegado á su concha que sale á la superficie y revela su albergue. El espectáculo más sublime se efectúa durante la gran marea.

Valencia era la ciudad mejor situada del mundo, según dijo un agudo observador, por estar construida en medio del campo. Poco después, los esposos, empaquetados dentro de una tartana, penetraban por las calles angostas y torcidas de la ciudad campestre. «¡Pero qué país, hijo!... Si esto parece un biombo... ¿A dónde nos lleva este hombre?». «A la fonda sin duda».

Mira aquel preciado de lindo, o aquel lindo de los más preciados, cómo duerme con bigotera torcidas de papel en las guedejas y el copete , sebillo en las manos , y guantes descabezados , y tanta pasa en el rostro, que pueden hacer colación en él toda la cuaresma que viene.

Nací contrahecho; vos me desembozásteis por los pies, ya os lo dije; ni eché memorial para venir al mundo, ni venido quejéme de los malos pies con que en él entraba; pero si Dios me dió piernas torcidas, dióme alma recta; si pies torpes, ingenio ágil; si cabeza grande, llenóla de grandes pensamientos; os estoy hablando completamente desembozado, y pienso desembozaros para con vos mismo, porque lleguéis á ver claro, que, vos como sois, y yo como Dios ha querido que sea, hemos nacido para ir por camino diferente; yo bien me á dónde vais á parar; yo pararé donde Dios sabe.

Se revistaron al dia siguiente las armas, y se hallaron algunas rotas, y muchas torcidas, por haber usado los indios la precaucion de cubrirse con unos cueros muy gruesos y duros, para resistir los golpes de los sables y lanzas; y habiéndose explorado la campaña por algunas partidas, no vió rebelde alguno en todas las inmediaciones, de que se infirió habian caminado toda la noche en retirada, como en efecto, se supo poco despues, estaban en las montañas de la estancia de Chingora.

Ramiro, sin deseos de llegarse al estrado, abrió de nuevo «La vanidad del mundo». En ese instante, después de anunciarse con el golpecito de costumbre, entró Casilda en la habitación. Un estremecimiento inusitado agitaba sus pestañas. Acercose al escritorio, removió la arquilla de las obleas, requirió las torcidas del velón, estiró las holandas del lecho.