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Su sombrero de majestuosa halda tenía los bordes roídos y las plumas rotas. Vió sus pies por debajo de la mesa, y como la falda se le había subido al sentarse, pudo contar los agujeros y los remiendos de sus medias. Uno de sus zapatos mostraba la suela perforada por el uso, con un pequeño redondel en el sitio correspondiente á los dedos.

El horror le hizo pensar en su propio destino. ¿Adónde le llevaba aquel teniente?... En la plaza vió la casa municipal que ardía; la iglesia no era mas que un cascarón de piedra erizado de lenguas de fuego. Las casas de los vecinos acomodados tenían las puertas y ventanas rotas á hachazos. En su interior se agitaban los soldados, siguiendo un metódico vaivén.

Se murió de unas fiebres enemigas, que le empezaron con grandes aturdimientos de cabeza, y unas visiones dolorosas y tenaces que él mismo describía en su cama revuelta, de delirante, con palabras fogosas y desencajadas, que parecían una caja de joyas rotas; y sobre todo, una visión que tenía siempre delante de los ojos, y creía que se le venía encima, y le echaba un aire encendido en la frente, y se iba de mal humor, y se volvía a él de lejos, llamándole con muchos brazos: la visión de una palma en llamas.

Llegué hasta el pie de los muros y presté atento oído a los rumores de su soledad, pero no más que el viento del norte que gemía débilmente en los patios interiores y el grito de las aves de presa que revoloteaban sobre las torres. En la parte exterior no encontré más que puertas rotas sobre sus goznes, grandes vestíbulos, sobre los que no se veían huellas humanas, y celdas desiertas.

El toro y el caballo clamaba Ruiz hacen llorar de pena a esas gentes que no gritan en sus países al ver cómo cae en el hipódromo un animal de carreras reventado, con las patas rotas, y que consideran como complemento de la belleza de toda gran ciudad el establecimiento de un jardín zoológico.

De pronto incorporábase con nervioso impulso, y dando un salto desaparecía en la obscuridad, entre sonoro rumor de vegetaciones rotas. Pep explicaba este arranque silencioso. No era nada; algún animal que andaba errante y perdido en la sombra: una liebre, un conejo que había husmeado con su sensible olfato de perro cazador.

Durante su permanencia en la ciudad de la esperanza, se apiadaban de las compañeras que habían quedado dentro del cerco con las alas rotas, sin fuerzas para saltar, ebrias de veneno que reavivaba falsamente las ilusiones de su primero y único viaje. Un movimiento general de las gentes que ocupaban la cubierta interrumpió esta conversación, haciendo abandonar sus sillones a las francesas.

Su cólera era implacable contra los generales del Imperio, prontos á correr en la hora mala, y que sólo pensaban en su reputación, lo mismo que los cómicos. Rotas sus líneas, cercados por los aliados, podían haber caído noblemente, peleando hasta el último momento, de acuerdo con sus antiguas bravatas.

Habiendo pasado aquel santo sacerdote á mejor vida, pasó á vivir á casa de otro tío suyo, también sacerdote, pero de diferentes costumbres y proceder; no obstante eso, el devoto niño fortalecido con la gracia del Espíritu Santo no empañó con el menor defecto el candor de su inocencia, aunque para conservarla pura hubo tal vez de desatender la autoridad de su tío que era de rotas costumbres, manteniéndose modesto, retirado y atendiendo sólo á las cosas de su alma y al servicio de Dios.

La amazona fue despedida de la silla, al mismo tiempo que un alarido de emoción de muchos centenares de bocas sonaba a lo lejos. El caballo, al librarse de los cuernos, salió corriendo como loco, con el vientre manchado de sangre, las cinchas rotas y la silla tambaleante sobre el lomo. El toro fue a seguirlo; pero en el mismo instante, algo más inmediato atrajo su atención.