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El mal se había concentrado en un ojo, y sobre todo en el párpado, que no podía levantarse sino a medias; de lo que resultaba que la pupila, medio apagada, daba a toda la fisonomía cierto aspecto poco inteligente y vivo, contrastando notablemente el ojo entornado con su compañero, del cual salían llamas, como de una hoguera de sarmientos, al menor motivo de escándalo, y en verdad que los solía encontrar con harta frecuencia.

Las luces brillaban intensamente; la atmósfera cargada, casi opaca, iba tomando junto a las llamas cambiantes opalinos.

Igual a Brunilda, la virgen morena había dormido, no años, sino siglos, guardada en su letargo por la azul extensión de los océanos, más insalvable que las barreras de llamas.

En la chimenea, en vez de no haber más que rescoldo y cenizas, ardía bastante leña que levantaba llamas, en cuyo centro, sobre unas trébedes se veía una retorta de cobre donde empezaba a hervir un líquido. El tubo encorvado, con que terminaba la cobertera de aquel pequeño alambique, iba a parar a una urna de vidrio suspendida en la pared y llena de agua clara.

Y para prueba más manifiesta del milagro se llegaron las llamas á una casa y formaron sobre ella un arco, pero sin lesión alguna. Con esto se confirmaron los cristianos en la fe y en la devoción á la Madre de Dios, y los bárbaros, vencidos más del prodigio que de su promesa, se alistaron en el número de los fieles.

Esta nave se conserva íntegra: según una tradición, porque los incendiarios franceses de 1809 procuraron que el fuego no llegase á ella; según otra tradición, porque no había en todo aquel edificio madera alguna en que pudiesen prender las llamas. Sin embargo, sus bóvedas ojivales amenazaban desplomarse cuando compró el Monasterio el Sr.

Al ponerse el sol, aquel magnífico cielo de Occidente se encendía en espléndidas llamas, y después de puesto, apagábase con gracia infinita, fundiéndose en las palideces del ópalo.

Porque no has de presentarte a Lobato llamándole ladrón y sin saber por qué se lo llamas. Bonis, sin fuerzas ya para nada, siguió al tío maquinalmente, y detrás de ellos se fue Körner. Marta y Sebastián quedaron solos en el comedor. Körner, siempre fiel a su papel de rey Sobrino, iba como de asesor. ¡Buena falta le hacía a Bonis! Pasó en el cuarto del tío la vergüenza que ya esperaba.

Tal vez haya sido esto principio de una tosca heráldica; pero me inclino a pensar que, como en aquellos días el verdadero nombre de un individuo descansaba únicamente en su deleznable palabra, nadie hacía de ello el más leve caso. ¿Te llamas Clifford, no es verdad? dijo Boston, dirigiéndose con soberano desprecio a un tímido recién llegado al campamento.

La buena Rita miró a don Manuel con asombro, y viendo tan cerrado su semblante y tan resuelta su actitud, tomó a la pequeña en sus brazos con blandura, y comenzó a cuidarla con sumisión y esmero. La niña no se mostró ingrata a esta solicitud, y desde el día de su llegada se hizo un puesto de amor en el palacio de Luzmela. ¿Cómo te llamas? le había preguntado Rita con mucha curiosidad.