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Como veinte años antes de la historia que vamos narrando, llegaron a la ciudad donde sucedió, un caballero de mediana edad y su esposa, nacidos ambos en España, de donde, en fuerza de cierta indómita condición del honrado don Manuel del Valle, que le hizo mal mirado de las gentes del poder como cabecilla y vocero de las ideas liberales, decidió al fin salir el señor don Manuel; no tanto porque no le bastase al Sustento su humilde mesa de abogado de provincia, cuanto porque siempre tenía, por moverse o por estarse quedo, al guindilla, como llaman allá al policía, encima; y porque, a consecuencia de querer la libertad limpia y para buenos fines, se quedó con tan pocos amigos entre los mismos que parecían defenderla, y lo miraban como a un celador enojoso, que esto más le ayudó a determinar, de un golpe de cabeza, venir a «las Repúblicas de América», imaginando, que donde no había reina liviana, no habría gente oprimida, ni aquella trabilla de cortesanos perezosos y aduladores, que a don Manuel le parecían vergüenza rematada de su especie, y, por ser hombre él, como un pecado propio.

Pez era el encargado de llevar a la señora de Bringas al domicilio conyugal a las doce o la una de la noche, y por el camino, que desde el primer trozo de la calle de Atocha a Palacio no es muy largo, rara vez dejaba D. Manuel de entonar la jeremiada de sus disturbios domésticos. Cada noche relataba episodios más lastimosos, y conseguía mover borrascas de compasión en el pecho de Rosalía.

Con Villarino brilló por última vez, como dice don Manuel, la gloria de los conquistadores españoles.

Las rompe luego para consagrarse á su antigua pasión; pero el Gobernador, á cuya noticia han llegado esas relaciones amorosas de Don Manuel con su hija, desea que se celebre el matrimonio entre ambos, excitado por las esperanzas lisonjeras que, para lo futuro, despierta este enlace en su ánimo, si el amante cumple su promesa.

La historia de Forondo es una novela ejemplar para aviso de los jóvenes portaliras que sueñan en su rincón provinciano con esa musa trágica de Verlaine, de Manuel Paso y de Alejandro Sawa, estos grandes mártires de la religión de la literatura. Era el amante ideal de la Cari-Harta y demás princesas de la gallofa. Cuando no tuvo perros que vender se dedicó de lleno a la traducción.

Digo que viene el sol, y derrite la nieve que ha estado hecha una piedra durísima todo el invierno. Venís tan hablador como siempre, Manuel, y os agradecería que me habláseis con formalidad. Tan formal vengo, que vengo á hablaros de lo más formal del mundo. ¡Cómo! yo creía que veníais porque os llamaba.

Esta satisfacción tenía dos motivos de índole sentimental: que era El Liberal y se publicaba en Sevilla. Al empezar, dije á Manuel Chaves: ¿Por qué no haces una sección tuya, en que nos traigas algo de lo mucho que sabes y conoces, acomodándolo al paladar del público numeroso y al molde especial del público moderno?

Sin embargo, antes de proseguir la historia de la literatura dramática, conviene fijar nuestra atención en el giro especial que tomaba la crítica de este género poético. Oposición de algunos críticos al drama nacional. Andrés Rey de Artieda. Francisco Cascales. Cristóbal de Mesa. Esteban Manuel de Villegas. Bartolomé Leonardo de Argensola. Cristóbal Suárez de Figueroa.

Muy triste te veo estos días, Luisito le dijo bruscamente. Más que de matrimonio tienes cara de testamento. El conde se turbó y no supo más que contestar sonriendo forzadamente: El matrimonio es un paso muy serio. Trató de marcharse, pero Manuel Antonio volvió a retenerlo. A todo trance quería dar con la clave del enigma, saber de un modo positivo lo que sospechaba.

En Agosto de 1468 partieron de Sevilla su alcalde mayor Diego Ceron y Juan de Pineda escribano mayor y Juan Ramírez de Segarra y Francisco de Alfaro para ir á besar la mano y recibir por princesa de Castilla á D.ª Isabel. Trajo á la ciudad D.ª Constanza Manuel, dama de la reyna Católica la carta en que noticiaba el nacimiento de la princesa D.ª Isabel.