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, pero el alcalde y el escribano eran amigos; mejor: les había hablado don Rodrigo, y aun más que hablado, y lo del tormento quedó en ceremonia.

Lo que no pudo devolverle la justicia popular, enérgica pero tardía, fue el dinero prodigado a carceleros y guardianes para que no le molestaran, y al escribano para que activara la causa, ni tampoco la parroquia perdida con la clausura de la imprenta. Cuando el pobre hombre salió de la cárcel, consumida su fortuna, tuvo que resignarse a ser oficial de cajista.

Y así luego todos de muy buena voluntad decían las que habían tomado, contando por orden los hijos y criados y defuntos. Hecho su inventario, pidió a los alcaldes que por caridad, porque él tenía que hacer en otra parte, mandasen al escribano le diese autoridad del inventario y memoria de las que allí quedaban, que, según decía el escribano, eran más de dos mil.

¡Agapito... Agapito... por Dios, no me las lleve!... ¡Agapito!... ¡señor escribano!... por Dios no me las lleve... por su madre... no me las lleve... ¡por Dios no me las lleve! Y deshecho en llanto, corría de uno a otro lado con las manos plegadas pidiéndoles misericordia. Los alguaciles ataban en silencio, con la cabeza baja, sin atreverse a mirarle.

Al pasar un grupo por la calle donde ambas Juanas vivían, oyeron de repente el alboroto y vieron el tropel de los que huían de la vaca, y hasta entonces no recordaron el peligro a que se habían expuesto. El escribano, sin pensar en sus hijas, con frac y todo, se subió por los hierros de una reja y logró ponerse en salvo.

Juanita se recobró pronto de su momentáneo abatimiento, y dijo: Mira, mamá, no me hables de las hijas del escribano. No las quiero mal. Si me miraban con descaro y con susto, fue de puro tontas. Pues, hija mía, no de qué habían de asustarse. En la menor no se reparaba, porque es tan chiquituela y consumida, que parece un gusarapo; pero la mayor bien llamativa estaba.

La población toda estaba de gala. Los hombres, bien afeitados, pues la víspera quedaron abiertas las barberías y afeita que afeita hasta muy dadas las doce. Los señores más importantes y ricos, cuantos recibían el tratamiento de don, estaban de levita y castora, hasta con frac dos o tres, el escribano entre ellos.

Comedias de Lope de Vega, tomo XIX, prólogo dialogístico: «Preguntó Cisneros, representando, á un alcalde, que por qué estaba preso un estudiante que, entre otros, salía á visita. Díjole el escribano que por una sátira. ¿Qué es sátira? replicó Cisneros. Sátira es, dijo el escribano, decir las faltas de los del lugar. Y respondió Cisneros: ¿Pues no sería mejor prender á los que tienen las faltas

Antes de entrar en la materia de este capítulo, debemos dar algunas noticias á nuestros lectores á la manera de sueltos de periódico: Don Juan Téllez Girón fué preso aquel mismo día, en el aposento de su esposa doña Clara de Soldevilla, como acusado del estado en que se encontraba don Rodrigo Calderón, y en el momento en que preparaba un viaje, circunstancia agravante que el alcalde encargado de su prisión hizo constase en la diligencia del escribano que le acompañaba.

Apenas dijo esto el escribano, una alegría loca se esparció por el combés, ganando los balconajes del castillo central. Hasta los emigrantes de la proa salieron de su inmovilidad.