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Pero... se veía obligada á defenderse delante de ellos; había llegado el momento de la defensa y temblaba. Al fin se abrió una puerta, y un maestresala dijo: El señor don Juan Téllez Girón y su señora esposa están en la cámara de vuecencia. Doña Juana fué allá desolada. Sin embargo, se detuvo cobarde antes de levantar el tapiz de la puerta exterior.

Y ni por sueños pasó por la imaginación de la duquesa, que aquel hombre pudiera ser don Pedro Téllez Girón. Tan imprudente le creía doña Juana, que á habérsela ocurrido aquel pensamiento, le hubiera desechado como absurdo. Y eso que siempre tenía en la memoria al duque de Osuna, porque le amaba. Pero para ella sola, con un amor encerrado en el fondo de su alma.

Fuí imprudente; creyéndole un vasallo leal, le escribí algunas cartas de mi puño y letra, avisándole de la hora que podía entrar en palacio y verme. ¡Y esas cartas! ¡esas cartas! Las he quemado yo por mi propia mano, gracias á don Juan Téllez Girón, que se las arrancó á estocadas. ¡Ah! dijo respirando el rey ; ¿y de resultas de esas estocadas está herido don Rodrigo? , señor.

Una guirnalda de flores primorosamente tallada en el mármol coronaba esta inscripción. «Lo que más sorprende en Aldeacorba es el espléndido sepulcro erigido en el cementerio, sobre la tumba de una ilustre joven, célebre en aquel país por su hermosura. Doña Mariquita Manuela Téllez perteneció a una de las familias más nobles y acaudaladas de Cantabria, la familia de Téllez Girón y de Trastamara.

Y aún más zonzo que ella era Paco del Val, que malgastaba miserablemente su tiempo siguiéndola como su sombra, mientras ella se reía de él con todo el mundo, incluso con su propio marido. Apercibido de la triple y creciente zoncera que pesaba como una fatalidad sobre esas tres vidas, desquiciando y esterilizándolas, Jacobo Téllez resolvió desfacer el entuerto.

En su casa, en su cama, y orando junto á su cama el bueno del inquisidor general. ¿Y qué más queréis, don Francisco? Quiero real licencia para que partan cuando quieran á Napóles don Juan Téllez Girón, capitán de la guardia española del rey, con su esposa doña Clara Soldevilla, dama de honor de su majestad la reina. Pediré la licencia á su majestad.

Pero, ¿sabíais que el señor duque?... , por cierto; su excelencia se ha levantado para la mitad de la carátula. ¿Y qué hacer? Decir á voces, para que todo el mundo lo oiga: yo soy don Juan Téllez Girón, hijo del grande Osuna... pero por lo pronto hay que hacer otra cosa: recibir esta carta que vos no esperábais. ¿Acaso una carta de mi padre?

Descuida, hombre, descuida. Y avísame, para que yo avise á la señora Luisa. Te avisaré. Adiós. Adiós. Y el paje se volvió á la antecámara, y el galopín á las cocinas. Don Juan Téllez Girón había salido feliz, enloquecido de amor del alcázar, transformado, gozando de una nueva vida.

¿Y cómo le recobrásteis? No le recobré yo. ¿Pues quién fué? Ese caballero, que no por qué razón acertó á venir con dos amigos por la Cava Baja, cuando ya se llevaban el cofre. ¡Don Juan Téllez Girón! ¡Ah! ¿sabéis ya cómo se llama? Anoche le casé. ¡Que le casásteis! , con doña Clara Soldevilla. Pero, señor, ese mancebo ha caído de pies en la corte, todas le aman.

El duque se sentó en un sillón junto al lecho, y por la primera vez se descubrió delante de Dorotea. Cubríos, cubríos, don Francisco dijo la joven ; yo os lo ruego. Os habla una pobre mujer, y esa mujer os suplica. Cubríos, si no queréis lastimarme. El duque se puso la gorra. ¿Qué queréis, pues? Don Juan Téllez Girón ha sido preso; preso como causante de la herida de don Rodrigo.