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Es la pura verdad, señor observó Simón, entendiendo bien el acento de su amo , que he tenido esa honra muchas veces; y por lo mismo, me he creído obligado a hacer a Vuecencia, con el respeto debido, esa ligera indicación... Porque, si Vuecencia me lo permite, me atreveré a manifestarle que ciertos caminos, cuanto más se pisan y se frecuentan, más intransitables se ponen.

Y digo una doble visita, porque cada cual de ellos había venido por su intención, primero doña Catalina, y después don Francisco. Doña Catalina, muy al contrario de lo que vuecencia ha sospechado, venía con la pretensión de apartarse de la corte y del mundo, y encerrarse en este convento durante la ausencia de su marido.

Pensé en Inés, en el repentino engrandecimiento de la que había juzgado compañera de mi existencia, y al considerarme criado de aquella casa, temblé de indignación. No, señora, no quiero servir más. Soy soldado repuse . Sin embargo, estoy a las órdenes de Vuecencia para lo que guste mandarme. ¿Conque soldado? ¿Y vas a la guerra? Dentro de un mes serás general dijo con punzante ironía.

¡Ah! ¿vuecencia es grande de España? ¡El duque de Uceda! ¡Ah! ¡ah! ¡una linterna! ¡una linterna pronto! exclamó la misma voz, que no era otra que la del licenciado Sarmiento. Hizo luz uno de los alguaciles, es decir, abrió su linterna que entregó al alcalde, y éste vió con la luz de la linterna el rostro al duque de Uceda.

Juanita, sin hacer atención a las últimas palabras de don Andrés, y temerosa de que la vieran con él, porque allí había mucha gente, exclamó con cierta angustia: Por amor de Dios, señor don Andrés, déjeme vuecencia en paz y no se comprometa ni me comprometa. Don Andrés conoció sin duda que tenía razón la muchacha; cedió a su súplica y se apartó de ella.

Desengáñese vuecencia: todos quieren ser, todos; aunque todo os lo deben, conspiran contra vos, los primeros vuestro hijo y vuestro sobrino... el conde de Lemos...

¿El duque no os ha indicado el lugar de la prisión de Quevedo? No, señora. Ha sido un olvido. Mandad al alcalde que le envíe resguardado por una guardia de cuatro hombres al alcázar de Segovia. Su excelencia no me ha dicho eso. Mejor... mucho mejor. No comprendo á vuecencia. ¿Creéis que merece la pena el servirme á ? ¡Oh, señora! vuecencia puede disponer de como de un esclavo.

El duque de Lerma puede ser juzgado y condenado por el rey. ¡El cardenal, duque de Lerma, sólo puede ser juzgado y sentenciado por Roma! ¡Roma! yo haré que Roma esté tan contenta de , que me crea ser su mejor hijo. Escribe, escribe, Santos... ¿A Roma? ¡A Roma! No es asunto para escrito... es necesario que vaya una persona de toda la confianza de vuecencia.

No se trata ahora de eso. ¿Soy yo viudo? Lo ignoro, señor: en Zaragoza se sabe únicamente que un día llegó vuecencia en una silla de posta, procedente de Madrid, a la fonda de las Cuatro naciones, en donde tomó el mejor aposento: en el pasaporte de vuecencia constaban su nombre y su título: muy luego se comprendió que vuecencia estaba gravemente enfermo: al cabo su enfermedad se agravó: lo que antes era una monomanía tranquila, se convirtió en una locura furiosa, y fue preciso...

Ahora bien; vuecencia comprenderá que sobre carga la responsabilidad del envío á Segovia de don Francisco. No importa: si el duque de Lerma os hace cargo, decidle que habíais entendido la orden de llevarle á Segovia. Su excelencia tiene muy buena memoria. Y bien: todo puede reducirse á que os despida, y á que si ahora sois secretario de mi padre, lo seáis después mío. ¡Oh, noble condesa!