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Volvía a salir a luz el pañuelo, y todos lo miraban. ¡Las tres flores blancas! ¡La señal de la virginidad! Podía celebrarse la boda. Y al abrirse de nuevo la puerta y mostrar la vieja el pañuelo, entraba la genio en tropel, vociferando de alegría, saludando a la desposada con ruidosos aspavientos: ¡Viva lo bueno!... ¡Viva la honra! ¡Olé por el mérito! ¡Vamos a juntarlos!

Pero de lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido, en singular batalla, a aquel tan famoso caballero don Quijote de la Mancha, y héchole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros del mundo, porque el tal don Quijote que digo los ha vencido a todos; y, habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona;

Ella se casaría con Luis Dupont... ¿Que le aborrecía? ¿Que había huido de él después de aquella noche horrible?... Pues esta era la única solución. Con la honra de su familia ningún señorito jugaba impunemente. Si no le quería por amor, le toleraría por deber. El mismo Luis iría a buscarla, a pedirla la mano. ¡Le odio! ¡Le aborrezco! decía Mariquita. ¡Que no venga! ¡No quiero verle!...

Cada día descubro en vos valores que me obligan y fuerzan a que en más os estime; y así, si quisiéredes sacarme desta deuda sin ejecutarme en la honra, lo podréis muy bien hacer.

22 El hombre iracundo levanta contiendas; y el furioso muchas veces peca. 23 La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra. 25 El temor a los hombres es peligroso; mas el que confía en el SE

Lope de Vega, en el acto II de El Caballero de Illescas: «ROBERTO. ...Y tengo gracia en hacer versos, que canto a un laúd. Pérez de Montalván, en la jorn. I de No hay vida como la honra.

"Parésceme, señor, le dije yo, que en eso no mirara, mayormente con mis mayores que yo y que tienen más." "Eres mochacho, me respondió, y no sientes las cosas de la honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los hombres de bien.

»Entre los demás estudios hizo en Roma un famoso retrato suyo, que yo tengo, para admiración de los bien entendidos y honra del arte. Determinose de volver a España, por la mucha falta que hacía, y a la vuelta de Roma paró en Nápoles, donde pintó un lindo retrato de la Reina de Hungría, para traerlo a Su Majestad. Volvió a Madrid después de año y medio de ausencia y llegó al principio del de 1631.

Viose sobre el pecho de la morisca olvidado por entero de su fe, de su honra, de su patria; acordose de sus fementidas confesiones, de los pensamientos lascivos que él mismo suscitaba durante la misa al observar codiciosamente las formas de las mujeres prosternadas, de las muchas rebeliones de su orgullo contra los claros mandamientos del Señor, de semanas enteras en que no había querido imponerse ninguna mortificación ni rezar una sola vez el rosario. ¿A qué achacar todo aquello sino a sus amores con Aixa?

Doña Aldonza y Elvira habían ido a Oviedo a echarse a los pies del rey y pedirle el perdón, si bien con poquísima esperanza, por ser muy justiciero el soberano. De todos modos, la honra de la familia quedaría manchada.