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Y cuando en el curso de la lucha secular del pueblo inglés para resguardar las personas y los bienes contra los abusos y las usurpaciones de los reyes, se llegó a establecer que "la casa del hombre es sagrada pudiendo entrar en ella el viento y la lluvia pero nunca el rey", empezó a destacarse una nueva inteligencia de las cosas, distinta de la que había creado ese carácter exclusivamente para "la casa de Dios" y para sus ministros y sus bienes, exentos de la jurisdicción y de las cargas comunes; tan distinta que viene precisamente subordinando la casa, los bienes y los ministros del Señor a la ley común, por la supresión de los derechos de asilo, de justicia propia, y de exención de impuestos y de cargas públicas, hasta someter a las mismas personas sagradas al servicio militar obligatorio; la inteligencia de la cosas humanas que, prescindiendo de las cosas divinas, ha hecho la inviolabilidad del domicilio, de la persona y de los bienes para todos los hombres, aunque sean herejes, incrédulos o extranjeros, y transferido las inmunidades personales de los representantes de Dios a los representantes del pueblo; y gracias a la cual "se ha vuelto repugnante a la humanidad el dogma de los castigos eternos que fue predicado por cerca de 2.000 años".

No habría sido viable en tal ambiente sin asimilarse alguna parte del mismo que sirviera de puente entre lo viejo y lo nuevo; fue así como una gran parte de las divinidades perversas de la antigüedad, a las que se había transferido el terror de los salvajes a lo desconocido, haciendo la carrera de las ostras, que empezaron por ser humilde plato de los desheredados para terminar en preciado manjar de los pudientes, han llegado a ser las columnas maestras en que descansa el poder de la Iglesia, de las clases privilegiadas y de las familias reinantes.

Con la esperanza de conseguir algunos plátanos y raices de mandioca, únicas provisiones que se encuentran en aquellos lugares salvages, me instalé desde luego en una de esas casas, recientemente abandonadas por sus habitantes, quienes se habian transferido diez leguas al oeste, huyendo de una enfermedad que segun ellos existia en el lugarejo.

Pero de lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido, en singular batalla, a aquel tan famoso caballero don Quijote de la Mancha, y héchole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros del mundo, porque el tal don Quijote que digo los ha vencido a todos; y, habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona;