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Bien tristemente doy principio a este nuevo libro; mi corazón está destilando sangre por el cruel estado de mi pobre Susana; parecíame que había una pequeña tregua de algunos días, creía que la enfermedad se había detenido en sus progresos; pero ayer, mi desolación llegó a su colmo, al fijarme en la debilidad, en la flaqueza y descomposición de aquella figura, ahora terriblemente transformada hasta el horror... ¡Hija de mi alma! ¡a pesar de todo, se la ve tan dulce, tan tranquila y esperanzada!

Erguía el enorme cuerpo dentro de sus envolturas de púrpura con gallarda arrogancia, como si en aquel momento se sintiera curado de la enfermedad que arañaba sus entrañas y de la insuficiencia del corazón, que oprimía sus pulmones. La cara gordinflona temblaba de gozo; los pliegues de grasa de su barbilla se estremecían sobre el roquete de blondas.

Derramando lágrimas heladas de anciana, empezó a contar prolijamente de qué manera en la familia amaban a su hijo Sacha y el terrible golpe que había sido para ellos su enfermedad inesperada. No había habido nunca locos en la familia, ni aun en las generaciones precedentes. El propio Sacha había sido siempre un joven sano, aunque un poco desconfiado. La anciana insistía en este punto.

»Me vi atacada entonces de una enfermedad cuyos primeros síntomas había sentido hacía largo tiempo, y que daba entonces bastante cuidado a las personas que me rodeaban; en cuanto a , no fijaba mi atención en ella, porque mi pensamiento estaba muy distante de mi persona. »Por último, cierto día recibí una carta cuya letra me hizo estremecer: ¡era de Carlos!

Era alta y esbelta; vestía de blanco, y me pareció de singular hermosura. La enferma secó sus lágrimas. Siempre fué adusta y severa; jamás lisonjeaba, nunca tenía una frase dulce y afable. La enfermedad había quebrantado aquel carácter entero, férreo, como de una pieza. Ahora tenía ternuras y delicadezas que conmovían profundamente. ¡Vamos, ya te veo a mi gusto! ¡Jesús! ¡Qué guapo que estás!

Asunción, sosiégate dijo la madre con menos severidad, al notar que la infeliz muchacha padecía una febril excitación, semejante a los primeros síntomas de una enfermedad grave . ¿A qué tanto empeño?

Si á pesar de esto ve el objeto de la misma manera, y las mismas personas y cuantas sobrevienen persisten en asegurar que la cosa no es como él la ve, si está en su juicio, desconfiará del testimonio de la vista y se creerá atacado de alguna enfermedad que le desordena la vision.

A lo único que me preocupa es la enfermedad de mi padre, y todo lo que deseo es que se restablezca pronto. En cuanto a lo demás suceda lo que Dios quiera. Huberto encontró por fin algo que le interesaba esencialmente decir.

Al incorporarse se quitó el sombrero instintivamente, quedando de pie y descubierto ante la pobre niña. Nada había que hacer. Era la agonía, la lucha tenaz y horripilante, el supremo dolor, que espera agazapado al final de toda existencia. La vieja habló a Salvatierra de sus opiniones acerca de la enfermedad, esperando que las aprobase.

Así será; pero aquel á quien se le expone solamente el mal físico y externo, á veces no conoce sino la mitad del mal para cuya curación se le ha llamado. Una enfermedad del cuerpo, que consideramos un todo completo en mismo, puede acaso no ser sino el síntoma de alguna perturbación puramente espiritual.