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Villamelón hizo el gasto, como siempre, blandiendo el trinchante de oro macizo, regalo de Fernando VII, que usó durante toda su vida, y pasando por las tres distintas fases que en aquella hora solemne se reflejaban en su persona: hondamente preocupado al principio, como hombre que tiene entre manos el más grave negocio; comunicativo, pero dogmático; afable, pero todavía circunspecto a los medios, y alegre, bonachón, magnánimo y hasta tierno a los postres, como si la corriente de satisfacción que le brotaba del estómago le dotase de aquellas cualidades que no poseía en ayunas.

Era hombre afable, inteligente, muy corrido y experto en el trato de los hombres; tolerante con toda clase de vanidades por el mismo desprecio que sentía hacia ellas.

Don Antonio Moreno se llamaba el huésped de don Quijote, caballero rico y discreto, y amigo de holgarse a lo honesto y afable, el cual, viendo en su casa a don Quijote, andaba buscando modos como, sin su perjuicio, sacase a plaza sus locuras; porque no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan si son con daño de tercero.

Era bueno y afable con los discípulos, y hombre de mucha voluntad en el cumplimiento de su deber: suscitábanse dudas entre nosotros acerca de sus conocimientos filológicos y literarios, que le hubiesen quizá acarreado nuestro desdén si una especie muy grave que unos a otros nos decíamos en secreto al oído no le sirviese de respetuosa salvaguardia. Afirmábase como cosa segura que D. León o el Sr.

Pero estos inicuos animalejos le habían declarado una guerra cruel; no perdonaban medio de molestarle y exasperarle, consiguiendo á veces ponerle en un estado de irritación vecino de la locura. Los rasgos sobresalientes de su carácter eran la honradez y la independencia. Mas no dejaba de ser afable con todo el mundo y se dejaba acariciar de cualquiera, aunque sin hacer aspavientos.

honrado y valiente; sin humillarte ante el poderoso, muéstrate afable y dulce con el pobre y humilde, y á su tiempo te verás honrado con el amor de una doncella pura y buena, el mayor galardón á que aspirar pueda todo cumplido caballero. ¿Es tu amada de noble alcurnia? De nuestra más distinguida nobleza, señor. Cuidado, Roger, cuidado. No piques muy alto y recojas desengaños y amarguras.

Tía Pepa observaba en mi rostro el efecto que me causaba aquella conversación. Angelina me vió, como diciéndome con los ojos: Y ¿qué dices? Cayóme en gracia el viejecito. Fino, afable, cortés, jovial, sin llanezas ni bromas de mal gusto, de fácil palabra y amena conversación, el P. Herrera, a pesar de sus años, parecía un mozo por la frescura de sentimientos.

La mecedora de Ana no se movía, tal como apenas en sus labios pálidos la afable sonrisa: se buscaban con los ojos las violetas en su falda, como si siempre debiera estar llena de ellas. Adela no sin esfuerzo se mantenía en su mecedora, que unas veces estaba cerca de Ana, otras de Lucía, y vacía las más.

Una carretela abierta, donde iban toreros, se acercó un instante al costado de la de Miguel y siguió adelante. Era la del Cigarrero, que contestó al saludo de Enrique y Miguel con la gravedad afable que le caracterizaba. El Serranito y Merluza, que iban con él, saludaron con más expansión. Me brindarás un par, ¿no es verdad, Baldomero? gritó Enrique.

La vanidad me cegaba. Pepita Jiménez, desde que vino mi hijo, se me mostraba tan afable y cariñosa que yo me las prometía felices. Ha sido menester tu carta para hacerme caer en la cuenta. Ahora comprendo que, al haberse humanizado, al hacerme tantas fiestas y al bailarme el agua delante, no miraba en la pícara de Pepita sino al papá del teólogo barbilampiño.