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Aquí en este país de libertad, ¿no es el ejercicio de la fuerza, con un propósito cruento, el más honrado de todos? ¡Y no me conteste usted que la sola idea que rige esos actos es defenderse contra ambiciones de dominio, pues todos dicen lo mismo! ¿Quién confiesa que practica el mal? El bien está en los labios de todos, de los asaltantes y de los atacados.

Uno a uno despreciaba todos los elogios que a su hermosura tributaban los señoritos nobles y los abogadetes de Vetusta y cuantos la veían; pero al despertar, como una neblina de incienso bien oliente envolvían su voluptuoso amanecer del alma aquellas dulces alabanzas de tantos labios condensadas en una sola, y con deleite saboreaba Ana aquel perfume.

No, pero compadezco sinceramente a esa pobre persa que tuvo que hablar durante tantas noches sin contar con los mismos motivos de inspiración que yo. Hablando así, llegaron ante el grupo formado por las jóvenes. Estas hacían por disimular en sus labios una sonrisa burlona al ver avanzar a María Teresa con Huberto. ¡Qué suerte! exclamó Alicia con su voz aguda, ¡al fin llega!

Estos soldados mercenarios de la inteligencia lo tachaban por eso de hipócrita, lo que aumentaba la palidez de Juan Jerez, sin arrancar de sus labios una queja.

Por un impulso irresistible, hondamente conmovida, casi sin darse cuenta, sin reflexionar y sin vacilar también, como no vacila ni reflexiona lo que se mueve impulsado por una fuerza fatal, doña Luz acercó suavemente el rostro al del Padre, y puso los labios en su frente macilenta, y luego en sus dormidos párpados, y luego en su boca, ya contraída, y los besó con devoción fervorosa, como quien besa reliquias.

La doncella abrió y Freneuse vió á la cantante tendida en un diván y rodeada de ramos y canastillos de flores. Pálida, inmóvil, vestida con el blanco traje nupcial, parecía la hija de Capuleto dormida con el sueño remedo de la muerte. Al ver á Jacobo no hizo ni un movimiento; una triste sonrisa se dibujó en sus labios y dijo dulcemente: Llega usted tarde, amigo mío.

La sangre, como savia enérgica, regaba los tejidos, tiñendo la epidermis de tonos que variaban delicadamente desde el azul de las ramificaciones venosas hasta el carmín brillante de los labios húmedos; y una mata de pelo, escapada de la redecilla, hacía resaltar la blancura del cuello.

»Las facciones han perdido su regularidad y su gracia; la tez, todavía plagada de manchas rojizas, quedará para siempre llena de hoyos, y por algo que no explicarte, pues no entiendo lo que dicen los médicos, la cara se le ha quedado algo contraída y como atirantada; en las mejillas y alrededor de los labios es donde tiene más viruelas; los ojos apenas dan idea de lo que fueron: la viveza y expresión que tenían se ha convertido en una mirada amortiguada y mate: no hay brillo en sus pupilas, y casi estoy por decirte que su dulce melancolía contribuye a que sea mayor la compasión que inspira: parece que en los ojos se le refleja la amargura del alma.

En Enero del 76, había conseguido domarle hasta el punto de que le llevaba consigo a la oficina, teníale allí ocupado en ordenar papeles o en tomar algún apunte, y por las noches solía llevarle a la tertulia del café, donde estaba el pobre chico como en misa, oyendo atentamente lo que se decía, y sin desplegar sus labios.

Yo... si he de decirte la verdad, le he tomado cariño. ¡Ay!, sus salvajadas me divierten. ¡Es tan mono! ¡Qué ojitos aquellos!, ¿pues y los plieguecitos de la nariz?... y aquella boca, aquellos labios, el piquito que hace con los labios, sobre todo. Ven acá y verás el nacimiento que le compré.