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Dentro de la hostería, en el primer aposento, en la sala común, sentados á una mesa y esperando con semblante alegre una cena, estaban dos lacayos de la casa real, á juzgar por su librea, y los dos soldados de la guardia española. ¿Sabes, Perico, que el tal cofre pesaba como una bendición, y que tengo los brazos dormidos? dijo un lacayo al otro.

Les cayeron encima todas las balas de los cazadores. Los echados se levantaron de un impulso. Se juntaron las parejas. Los dormidos vinieron trotando donde estaban los demás. Al pasar junto a la poza, se llenaban de un sorbo la trompa. Gruñían y tanteaban el aire con la trompa. Todos se pusieron alrededor de su jefe.

Finalmente, el acabársele el vino fue principio de un sueño que dio a todos, quedándose dormidos sobre las mismas mesas y manteles; solos Ricote y Sancho quedaron alerta, porque habían comido más y bebido menos; y, apartando Ricote a Sancho, se sentaron al pie de una haya, dejando a los peregrinos sepultados en dulce sueño; y Ricote, sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones: «Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bando que Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso terror y espanto en todos nosotros; a lo menos, en le puso de suerte que me parece que antes del tiempo que se nos concedía para que hiciésemos ausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de mis hijos.

Comienzan de hacer cruda matanza, En los que en sueño estaban sumergidos. ¡Maldita sea la loca confianza! ¿Quien soldados en guerra vió dormidos? Desque el indio sintió su gran pujanza, Levanta grandes voces y alaridos, Y

De vez en cuando se levantaban, trepaban a algún árbol para escuchar mejor; pero pasaban las horas una tras otra sin que ningún rumor viniera a turbar el silencio. Hacia media noche, vencidos por el sueño y el cansancio, iban ya a quedarse dormidos, cuando oyeron de pronto gritos lejanos. Ambos se pusieron en pie con las armas en la mano.

Los ojos, negros y grandes, estaban casi siempre dormidos y velados por los párpados y las largas y rizadas pestañas; si bien, cuando fijaban la mirada y se abrían por completo, brotaban de ellos dulce fuego y luz viva.

Allí, con la cabeza levantada y sostenida por varias almohadas, estaba el Padre sin dar señal alguna de conocimiento. Los ojos como dormidos, entornados los párpados, muda la lengua. Tal vez sentía, veía y comprendía aún; pero no tenía medio de comunicar sus impresiones por carencia de fuerza muscular. Largo rato le miró doña Luz sin pronunciar palabra. Al fin rompió en amargo lloro.

Allá van, pues, gozosos y tranquilos: los mancebos renunciando á sus doradas esperanzas, á su brillante porvenir, á la ciencia, á los honores, á la gloria, al amor, á todo lo mundano; las madres despidiéndose para siempre de sus inocentes hijuelos, en quienes se compendian para ellas todos los placeres de la tierra, y estampando en sus rosadas megillas el último beso, que reciben dormidos, ignorantes de su próxima horfandad.

Todo era un mal ensueño. Estaba seguro de despertar en la cama, rodeado de las comodidades familiares de su camarote. Y cuando abría los ojos, la realidad le hacía prorrumpir en órdenes desesperadas, que obedecían los africanos maquinalmente, como si estuviesen dormidos. «¡No quiero morir!... ¡no debo morir!», clamaba en su interior una voz de bronce.

Puestos otra vez en marcha, el sol, que iba ya calentando, principió á acariciarnos dentro del coche, y acabó por dormirnos amorosísimamente..... Nueva Carolina, Pedroso, Gomecello, Y Moriscos, nombres que ningún eco habrían hallado en nuestra memoria, aunque no hubiésemos estado dormidos.