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Los señores de Corneta, que así se llamaba el presidente de la Liga, respondieron con una muy amable esquela aceptando y enviando al propio tiempo una precisa licorera, que enriqueció la serie de regalos que los novios recibieron en aquellos días. D.ª Carolina los había colocado todos en un gabinete de la casa en medio de una bonita decoración de percalina para que hiciesen más impresión.

¿Y me dejarás llamarte mamá? preguntó Carolina, mirándola fijamente. ¡Y te dejaré que me llames mamá! respondió Lady Clara con forzada sonrisa. dijo Carolina con energía. Entraron juntas en el dormitorio, siendo la maleta lo que más pronto llamó la atención de Carolina. ¿Pero, mamá, te vas otra vez? dijo con una ojeada rápida e inquieta y agarrándose a su falda.

Lo que en aquel instante sentía el corazón de Timoteo era idéntico a lo que vibraba en el alma de su violín, todo lánguido, todo voluptuoso. Señora, yo que soy un gusano indigno... Este comienzo no le pareció mal a D.ª Carolina y procuró dárselo a entender con una sonrisa benévola. Un gusano... eso es... Vamos, Timoteo, cálmese usted. Le veo un poco agitado.

La familia Corneta fue conducida en triunfo hacia uno de los cenadores, donde Mario y su esposa fueron agasajados por ellos con algunas frases amabilísimas, de las cuales tanto D.ª Carolina como su digno esposo D. Pantaleón conservaron por mucho tiempo vivo recuerdo.

Cuando terminaba la cura, Mario preguntó a su esposa en voz baja: ¿Y tu padre, dónde está? No lo dijo tan bajo que no llegara a los oídos de D.ª Carolina. ¡En el infierno! exclamó con acento rabioso. ¡Allí debía estar ese bárbaro!

eres mi mamá, mi nueva mamá. ¿No zabez, no zabez que mi otra mamá se ha marchado y que no volverá? Ya no vivo con mi otra mamá. Ahora tengo que vivir con papá y contigo. ¿Hace mucho tiempo que estás aquí? preguntó de mal humor Lady Clara. Me parece que hace tres días contestó Carolina después de una pausa. ¿Te parece? ¿No estás segura? dijo con sorna Lady Clara. ¿Pues, de dónde viniste?

Todavía tiene usted que hacer buenas migas con este cura... ya yo los puntos que usted calza. ¿Pero usted sabía?... ¿Lo de Carolina? Todo Madrid lo sabe, y ándese usted con tiento..., es guapa mujer, pero costosa, exigente, acostumbrada a mucho señorío; no le vendrán a usted mal los cincuenta de la representación. Lo grave sería que lo supiese su esposa de usted.

Quiero decir un papá que ayudase a mamá y te cuidara con amor, que te diese bonitos vestidos y que, por fin, cuando fueses mayor, hiciese de ti una señora. Carolina volvió hacia ella sus ojos somnolientos. ¿Y a ti, te gustaría, mamá? Lady Clara se sonrojó hasta las orejas. Duerme dijo bruscamente. Y volviose.

Pronto salimos de dudas, porque de boca de los habitantes de Bailén, que salieron en masa a recibirnos, supimos que la división Vedel había pasado por allí en dirección a La Carolina. Nosotros les hacíamos a ustedes en Linares dijo D. Paco, que también salió a nuestro encuentro, rebosando de júbilo . ¡Oh!, Sr. Conde, niño mío... ¿Está por ventura herido Vuestra Excelencia?

Sin embargo, entrole en seguida como un presentimiento vago de que un obstáculo imprevisto se oponía a la perfecta realización de los deseos de su romántico espíritu. Pero antes de que pudiera proferir palabra, Carolina apareció en el descanso de la escalera, contemplando a la pareja entre tímida y curiosa. Es aquéllo dijo febrilmente Lady Clara.