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¿Cómo te llamas? dijo Lady Clara fríamente, quitando de sus vestidos las pequeñas y no muy limpias manos de la niña. Tarolina. ¿Tarolina? ... Tarolina. ¿Carolina? ... Tarolina. ¿De quién eres? preguntó aún más fríamente para ahogar un incipiente temor. ¡Caramba! soy tu niña dijo la criatura sonriendo.

A aquella hora temprana los escasos transeúntes que discurrían por el pueblo, se paraban al otro extremo de la calle para ver la salida de la diligencia de Wingdam, y Lady Clara alcanzó los arrabales del campamento minero, sin que nadie reparase en ella. Allí tomó una calle transversal que corría en ángulo recto con la calle principal de Fiddletown y que penetraba en la zona del bosque de pinos.

El coronel, ofendido por la duda, repite con energía: «Aquí esSe acuerda de que fué el único hombre que figuró en el entierro. Tres enfermeras, la señorita Valeria y él, nada más, siguieron el féretro hasta estas alturas. ¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al recordar su muerte inesperada. Lady Lewis la había enviado al frente.

Partió esta mañana, y está muy lejos... ¡muy lejos! dijo la lady . Es posible que jamás vuelvan á verse... Yo le escribiré que usted la perdona, y esto le proporcionará la tranquilidad que necesita en su nueva existencia. El príncipe la fué acompañando hacia la salida de sus jardines. Durante el camino volvió á lamentarse.

Unas representaban la vida de Napoleón I, desde Toulon a Santa Elena; otras, las aventuras de Matilde y Malec-Adel; otras, los lances de amor y de guerra del Templario, Rebeca, Lady Rowena e Ivanhoe; y otras, los galanteos, travesuras, caídas y arrepentimientos de Luis XIV y la señorita de la Valière.

No ha transcurrido un mes desde que murió el señor Galba, pero es de suponer que el intrépido coronel no tiene miedo a los duendes de alcobaSin embargo, decir que la victoria del coronel fue fácilmente obtenida, sería no hacer justicia a Lady Clara.

Pero se sintió repelido por esta penumbra olorosa de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante, aspirando con delicia el aire libre. ¡Oh, lady!... ¡Buenos días! Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la suya con una rudeza varonil. El sol hacía brillar los botones dorados sobre el paño color kaki de un uniforme de soldado inglés.

Y se alejó, guiando como niños á los dos ciegos, desesperados y hermosos, que erguían toda la cabeza por encima de la suya. Una leve presión de sus dedos podía aplastar este cuerpo de fanal, todo luz, sin otra materia que la precisa para transparentar y guardar la llama interior. ¡Adiós, lady! dijo el príncipe.

Aun cuando ya Lady Clara no se interesaba en las declaraciones de Carolina, permanecieron todavía algún tiempo en esta situación. Abandonada a sus pensamientos y deslizando los dedos por entre sus rojos rizos, dejó que la niña desatase toda su charla. No me tienes bien, mamá dijo Carolina finalmente después de cambiar una o dos veces de postura.

Los ojos interrogantes de Lubimoff quedaron fijos en la inglesa. ¿Qué luz y qué camino eran estos?... Pero otra cosa le interesaba más: la causa de su visita, aquella misión que le había encargado la duquesa para él. Lady Lewis adivinó sus pensamientos. Me ha pedido que le vea, príncipe; es su último deseo al huir del mundo.