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Su conversación y charla vacías le eran dolorosas. Ciertas palabras, cazadas al vuelo, resonaban en su corazón como golpes de martillo.

Y aunque no ame tampoco con verdadero amor a Rufina, la hermana de Justa, charla y coquetea con ella, e insensiblemente, como si resbalaran y fueran cayendo por una pendiente suavemente traidora, Paco es infiel a Justa, y Rufina se convierte en cruel y vencedora rival de su hermana.

A la larga, resultará que descubrimos y colonizamos nosotros un mundo nuevo para gloria y provecho del libro mayor de Hamburgo y de Brema. Interrumpió Isidro su charla para examinar un nuevo plan que el camarero acababa de colocar ante él. Pero a los pocos momentos volvió la cabeza hacia el gran busto blanco.

Familias de las más empingorotadas del comercio le sentaban a su mesa, no sólo por amistad sino por egoísmo, pues era una diversión oírle contar tan diversas cosas con aquella exactitud pintoresca y aquel esmero de detalles que encantaba. Dos caracteres principales tenía su entretenida charla, y eran: que nunca se declaraba ignorante de cosa alguna, y que jamás habló mal de nadie.

Clementina, Pepa Frías, Lola Madariaga y otras damas formaban grupo conversando con los aficionados a la charla desenvuelta y picante, Pinedo, Fuentes, Calderón. Las niñas y los pollastres se decían mil frases espirituales que les regocijaba hasta un grado indecible.

Besémonos y adiós. Besé las mejillas duras y rojas de Petrilla sobre las que, según me temo, algún patán de dulce charla había depositado ya algunos besos furtivos y sonoros. ¡Adiós, Juan! Hasta la vista señorita dijo Juan, riendo estúpidamente, lo que es un modo de demostrar emoción como cualquier otro.

De vez en cuando se oía el grito de impaciencia de alguno de ellos dirigiéndose al chico: «¡Apunte, niño, no se distraigaAl lado de Gonzalo vino a sentarse don Feliciano Gómez, que comenzó a marearle con su charla bondadosa e insubstancial, dándole a cada instante palmaditas afectuosas en el muslo como tenía por costumbre.

Halagado Delaberge por la confianza que le mostraba, la encontraba cada vez más encantadora. De pronto se paró ella exclamando: ¡Estoy cierta, señor, de que mi charla le molesta un poco! Se engaña usted, señora repuso Delaberge con viva entonación.

Hace ya tiempo digo a Petrona, para halagarla y también por justicia que Eleuterio debía ser ministro. ¡Un hombre que sabe tanto!... ¡Qué quieres, Marianela: así son las cosas! En este país no se sabe apreciar a los hombres; el que se mata a estudiar en silencio, se queda atrás, y el que charla, sigue viaje...

Humillado ante el altar de los Dolores, y después ante la imagen de San Lesmes, permanecía buen rato en abstracción mística; despacito recorría todas las capillas y retablos, guardando un orden que en ninguna ocasión se alteraba; oía luego dos misitas, siempre dos, ni una más ni una menos; hacía otro recorrido de altares, terminando infaliblemente en la capilla del Cristo de la Fe; pasaba un ratito a la sacristía, donde con el coadjutor o el sacristán se permitía una breve charla, tratando del tiempo, o de lo malo que está todo, o bien de comentar el cómo y el por qué de que viniera turbia el agua del Lozoya, y se marchaba por la puerta que da a la calle de Atocha, donde repartía las últimas monedas del cartucho.