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Alojaba en una modestísima posada de la Corredera baja de San Pablo, pagando nueve reales al día. El pobre Brutandor, apesar de sus apellidos ilustres y sonoros, estaba muy lejos de nadar en la opulencia. Su padre, según pudo averiguar más adelante Miguel, era un cirujano de un pueblecillo de Extremadura; la carrera se la costeaba un tío cura.

Y llévale también esto... y la buena señora estampó en las mejillas del niño, llenas de lágrimas, otros dos sonoros besos, que en vano pretendían suplir en ellas el calor que les faltaba de los besos de su madre.

Traía empuñado en ambas manos el bastón de D. José, y caminaba derecho a la Sanguijuelera, todo risas y alegría, con la evidente intención de darle un palo. Ella se dejó pegar, le cogió luego en brazos y le dio tantos y tan sonoros besos, que el muchacho empezó a gruñir y a defenderse a cabezadas. «Dale un palo a tu madre; anda, pégale...

Más lejos un mozo aldeano deja pacer la yunta de sus vacas, y a lo largo de los caminos, que se pierden entre verdes y sonoros maizales, trotan cabalgadas de chalanes que van de feria, y cruzan graves y procesionales, viejos vestidos de estameña, con sus grandes bueyes de cobre luciente, hermosos como ídolos, con verdes ramos de roble en las testas. ¿Dónde se habrá metido el clérigo?

Cuando te levantas te saluda el comun desasosiego; mas mis quietudes santas no tienen el bullicio de ese fuego. Mis arroyos sonoros mudos me cantan en distintos coros. . . . Las perlas, los diamantes, sin esta joya de mayor tesoro, son riquezas errantes. Necio es el hombre que idolatra el oro; que el sosiego del alma es de esta vida victoriosa palma.

Clavel le arrojó una mirada despreciativa y se dispuso á salir, pero su marido la atajó antes de que pudiese penetrar en lo interior. ¡Que no! ¡que no te vas sin darme un abrazo! ¿No quieres?... Pues te lo daré yo á ti... Y diciendo y haciendo la estrechó tiernamente entre sus brazos y la aplicó un par de sonoros besos en las mejillas.

Y enarbolando la caña empezó á repartir sonoros golpes: al uno por el pellizco y al otro por «impropiedad de lenguaje», como decía bufando don Joaquín sin parar en sus cañazos.

Pero qué mucho, si es aqueste el doto Y grave DON FRANCISCO DE FARIAS? Este, de quien yo fui siempre devoto Oraculo y Apolo de Granada, Y aun deste clima nuestro y del remoto, PEDRO RODRIGUEZ es. Este es TEJADA, De altitonantes versos, y sonoros Con magestad en todo, levantada. Este, que brota versos por los poros, Y halla patria y amigos donde quiera, Y tiene en los agenos sus tesoros,

Mas en cambio de estos apuros tenía compensaciónes: la planchadora se mostraba amable y generosa a ratos: algunas veces le levantaba entre sus robustos brazos y le tiraba al aire volviendo a recogerle; le daba vivos y sonoros besos; le llamaba pichoncito, rico mío, querido, y le estrechaba con tal fuerza contra su seno, que andaba cerca de asfixiarle.

Y en la calle, empedrada de punzantes guijarros, entre el ángulo de la pared y el piso, al pie de los zócalos rosas o azules, corre una cinta de espesa y alegre hierba verde. El cielo está radiante, limpio, de un azul pálido. Llegan lejanos sonoros repiqueteos de fragua. El sol refulge en las fachadas. Cantan los gallos.