United States or Bhutan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Es rareza inexplicable que en toda nuestra península ibérica, y probablemente en sus colonias hasta tiempos novísimos, apenas haya habido nunca vacas de leche ni con la leche de vacas se haya hecho manteca. Tal vez, hará cuatro o cinco siglos, la manteca de vacas se hacía en España y se llamaba butiro.

Después de todo, lo hace por más que por él. Además, en los disparates hechos, la culpa fué mía tanto como suya, quizá más mía. Así, pues, quietos aquí, cuidando vacas y ovejas, gallinas y patos, y cantando la pira... Estuve tentada de irnos una semana a Buenos Aires para asistir al baile que dió el Intendente.

Las vacas no se dignaron siquiera mirar a los intrusos. Los caballos no pueden, dijo una vaquillona movediza. Dicen eso y no pasan por ninguna parte. Nosotras pasamos por todas partes. Tienen soga añadió una vieja madre sin volver la cabeza. ¡Yo no, yo no tengo soga! respondió vivamente el alazán. Yo vivía en las capueras y pasaba. ¡, detrás de nosotras! Nosotras pasamos y ustedes no pueden.

No, Baldomero... las armas las carga el diablo... y estas vacas son ajenas... ¡Lo dirás por ti; porque yo replicó Ricardo en tono de broma, donde pongo el ojo pongo la bala! ¡El de mejor puntería!... No soy tan certero como ... contestó intencionadamente Ricardo, creyendo ver una alusión que no existía por cierto en la frase amistosa de Melchor.

En las noches en que el personaje egregio penetraba o se suponía que penetraba con misterioso recato en casa de Rafaela, se cuenta que poco antes venía un sujeto de honrosa servidumbre trayendo en su coche dos tatarretes. ¿Qué pensará el curioso lector que dichos tatarretes contenían? La gente lo declaraba como si lo hubiese visto y probado. En el uno había leche, y manteca de vacas en el otro.

El aire estaba impregnado de los mas ricos perfumes; los matorrales de helechos sacudian sus húmedas melenas sobre las alas de la brisa, y al concierto de rumores salvajes que se alzaba del seno de las profundas ramblas ó torrentes se juntaba el ruido de las campanillas que agitaban las vacas y las cabras, al vagar por las entrecortadas praderitas de la montaña, devorando con avidez y delicia la grama humedecida.

Una tras otra, el toro probó sin resultado su esfuerzo inteligente: el chacarero, dueño feliz de la plantación de avena, había asegurado la tarde anterior los palos con cuñas. El toro no intentó más. Volviéndose con pereza, olfateó a lo lejos entrecerrando los ojos, y costeó luego el alambrado, con ahogados mugidos sibilantes. Desde la tranquera, los caballos y las vacas miraban.

Déjeme usted á de leches y de.... ¿Qué tengo yo que ver con burras ni con vacas? gritó el Peor poniéndose en pie y mirándole con desprecio.

Bajo la sombra de los ombúes de la caballeriza, se refugiaban los perros echados de lado, con las patas estiradas como para ahorrarse el calor de sus contactos, indiferentes a la presencia de las gallinas que buscando la misma sombra, se ubicaban junto a ellos, salpicándolos con la tierra que removían con las alas en procura de capas más frescas y sólo cuando algún idilio gallináceo molestaba demasiado a un perro, éste se levantaba resignadamente, daba algunos trancos, dirigía una mirada hacia el campo como pensando: ¡qué calor tendrán las vacas!, y se echaba de nuevo rezongando entre colmillos algún lamento perruno.

No era por la carne. «El hambre no tiene ley, y la carne la ha hecho Dios para que la coman los hombres.» ¡Pero al menos que dejasen la piel!... Y comentaba tanta maldad repitiendo siempre: «Falta de religión y buenas costumbresOtras veces, los merodeadores se llevaban la carne de tres vacas, abandonando las pieles bien á la vista; y el estanciero decía sonriendo: «Así me gusta á la gente: honrada y que no haga mal