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¡Calle usted, Aguado! ¡No se burle de ! ¡No estoy para bromas! ¡Dios mío! ¡Qué va a ser de ! ¡Qué atrocidad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué va a ser de !... ¡Dios de Dios! Y a estas horas... yo me voy a morir... de fijo... de fijo... me lo da el corazón. ¡Yo no paro, no paro, no paro!... ¿Delira? gritó Bonis con horror. ¿Por qué? Como dice... que no para... no para....

Usted miente, señora dijo un hombre alto, que parecía ser persona del toreo, á juzgar por su vestido y el rabicoleto que tenía en la nuca. Usted miente: esta señora no ha salido de casa de la pupilera, ni del número 16; venía de más abajo. ¡Miren ese pelele! gritó la mujer. ¿Poz no dice que yo miento? Usted miente, señora.

La estupefacción que sentía apenas le permitió dar un grito, y su primer movimiento fue echarle los brazos al nene, decidida a comerse a bocados a quien intentase hacerle daño o quitárselo. Rubín estuvo más de un minuto sin dar un paso, clavado en la puerta y destacándose dentro del marco de ella como la figura de un cuadro. ¡Cosa rara!

El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos, y tambaleando y como pudo llegó á la tumba, y aproximóse á la estatua; pero al tenderle los brazos, resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca y nariz había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro. Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían á dar un paso para prestarle socorro.

De repente, cual movida de un impulso epiléptico, Fortunata se incorporó en el lecho, echó los brazos hacia adelante, clavó los dedos de una mano en el hombro de su marido con tanta fuerza que le tuvo atenazado, y comiéndoselo con los ojos, le gritó de este modo: «Marido mío, ¿quieres que te quiera yo?, ¿quieres que te quiera con el alma y la vida?... Di si quieres... Yo me he portado mal contigo; pero ahora, si haces lo que te pido, me portaré bien.

En medio de sus sollozos, oyose un grito que parecía partir de lo más profundo del alma: ¡Oh, Rodrigo! exclamó, ¡que injusta he sido contigo! M. L'Ambert permaneció soltero. Hízose fabricar una nariz de plata esmaltada, cedió su bufete a su oficial mayor, y compró una casita, de modesta apariencia, cerca de los Inválidos. Algunos buenos amigos alegraron su morada.

¡Bravo, mon garçon! gritó el arquero riendo á carcajadas. Ya sabía yo que de haber un hombre en el corro no me costaría trabajo descubrirlo. ¿Conque quieres abofetearme, eh? Pues mira, otra cosa te propongo. Una lucha en regla. No á puñadas, porque yo tengo mi plan y no quiero echar á perder esa cara de pascua que Dios te ha dado.

La niña levantó el rostro, que estaba encendido y turbado. ¿No acabo de dar un grito? Martita se turbó y encendió aún más, y apenas pudo responder con voz temblorosa: No..., yo no he oído nada. Ricardo la miró fijamente y con asombro. ¿Por qué se ruborizaba aquella chica? Estaba soñando, pero juraría que he dado un grito... y juraría también, ¡qué cosa tan extraña!, que me has dado un beso.

Emma arrojó el buche de Jerez al suelo, y alargando más el pie hacia su esposo y enseñando parte de la pantorrilla, gritó como si hablara a un sordo: Quiero decir, por los clavos de una puerta, entiéndelo, que bien claro está... quiero decir que... qué te parece de ese pie que te enseño, mastuerzo. Primoroso, hija mía.

Entremos dice con voz sorda. Ella alza la cabeza y apoya los brazos en el suelo; pero, cuando él quiere levantarla, lanza un grito agudo. ¡No me toques! Por dos o tres veces trata de ponerse en pie; sus piernas se doblan. Entonces tiende los brazos sin decir palabra, y se deja levantar por él, que sostiene sus pasos vacilantes a través del patio del molino.