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Añagualpo, que estaba muy pujante, En suerte le ha cabido á Vizcaino: El bravo indio se puso de delante Con pica que parece un grande pino. El mozo le encontró luego al instante Con su lanza, y aun hizo tal camino Por medio de los pechos de aquel perro, Que la espalda pasó su fino hierro.

Y ¿que esa mujer mató 1610 Á el que á su padre afrentó? ¡Bravo corazón! DO

» Desgraciadamente me dijo, la muchacha no tiene otro dote más que sus veinte primaveras, sus bellos ojos y sus muchas habilidades... » Es mucho, tía. » ¿Cómo mucho? » , soy joven, me gusta el trabajo, y en vez de un matrimonio rico, me contentaré con un matrimonio feliz. » Bravo muchacho respondió mi tía, dándome un abrazo

Una devota como debe estar muy enterada de estas cosas. ¿Qué te representa mejor a Dios, la bondad o la belleza? Elena respondió con gran dulzura: ¡El amor! Y tal palabra tuvo un encanto exquisito en aquellos labios inocentes. Sofía nos echó a perder aquel delicado placer gritando a voz en cuello: ¡Bravo! ¡Bravo! Esa es la verdad; la verdadera religión es la del amor.

El bravo general hacía ya algún tiempo "que estaba poniendo los puntos" a la señora de Calderón, aunque ésta no daba señales de advertirlo. Jamás en sus muchas y brillantes campañas se le había presentado un caso semejante.

¡Plaza, pues! plaza a la monja que entra en su palco toda adornada y cubierta de tela blanca sembrada de flores. ¡Bravo! los clarines suenan, es la señal, y las puertas del toril se abren; ¡un toro se precipita a la arena! Es un bravo toro salvaje nacido en las selvas de Sanlúcar; es pardo de color; solamente una estrecha faja blanca serpentea por su lomo.

Renovales era un hombre muy bravo; pero con esta bravura salvaje de nuestros grandes hombres de guerra: valor desnudo de conocimientos militares y de todos los demás talentos que enaltecen al buen general.

Haz que formemos, Señor y Maestro, contra ambiciones un sólido muro, por la memoria inmortal del ancestro, por el destino del nieto futuro. Frente a la audacia del imperialismo, que en triunfo ostenta el orgullo del yelmo, danos tu lumbre, tu bravo heroismo, y une las almas en fuerte cogüelmo.

Tampoco lo olvido yo dijo el coronel fumando gravemente, pero siempre habrá tiempo de pensar en ello mañana. ¡Ah, viejo Sarto! exclamó el Rey. ¡Bien dicho! Cada cosa a su tiempo. Andando, señor Raséndil. Y a propósito, ¿qué nombre le han puesto a usted? El mismo de Vuestra Majestad contesté inclinándome. ¡Bravo! Eso prueba que no se avergüenzan de nosotros repuso riéndose. ¡Vamos, primo Rodolfo.

Cada vez que el toro se fastidiaba y arremetía a uno de ellos, era seguro ver al pobre capeador por los aires o hecho tortilla contra las barandas, lo que no causa mucho placer que digamos. Cuando el toro es bravo y el hombre hábil y valeroso, las simpatías se inclinan siempre al hombre; a me sucedía lo contrario.