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A qué pensar en la infeliz muchacha a quien tanto amas, porque me amas, ¡, me amas con toda tu alma!... ¿A qué pensar en esta huérfana que no puede satisfacer tus ambiciones, ni corresponder a ese porvenir con que sueñas a todas horas? Rorró: no olvides lo que te digo hoy, en vísperas de separarme de : me olvidarás, y acaso muy pronto; ¡yo no te olvidaré!

Tomará la vida por el lado fácil y brillante. En tal caso aconséjele que viva sin ambiciones, porque las que tendría serían de la peor especie. Y dígale además, que no tiene otra cosa que hacer en el mundo sino ser feliz. Sería imperdonable introducir quimeras en satisfacciones tan positivas y mezclar lo que usted llama ideal con apetitos de pura vanidad.

Hombres tenidos por superiores empujaban estas masas al exterminio, para escalar el último puente y empuñar el timón, dando al buque un rumbo determinado. Y todos los que sentían estas ambiciones por el mando absoluto sabían lo mismo... ¡nada! Ninguno de ellos podía decir con certeza qué había más allá del horizonte visible, ni adonde se dirigía la nave.

Creo, sin embargo, que sus temores eran infundados a este respecto, como lo ha demostrado la conducta de aquella nación, para terminar la guerra y establecer el gobierno propio de la isla y estoy convencido de que no tienen ambiciones de predominio sobre la América latina. Mr.

Todos conocían su lealtad impecable y aquel su empeño de aguijonear ambiciones: «¿Qué espera vuesamerced, señor Deán, para pretender la mitra que tanto se merece?» «El peor enemigo de vuesa merced, señor Alférez, es su propia modestia, que yo de muchos que, con la mitad de los servicios que todos le conocemos, gobiernan plazas y comandan ejércitos.

Vería usted entonces que su corazón es tan grande como su inteligencia; que es todo él espíritu de caridad sin límites e inagotable, como el Océano; que en actos de ella arriesga cien veces la vida, porque abundan, desgraciadamente, las ocasiones de hacerlo durante las inclemencias invernales en estos desamparados desfiladeros; que, habiendo corrido el mundo y teniendo en él deudos encumbrados y valedores poderosos, ha preferido a lo más solicitado por las vulgares ambiciones, las estrecheces y oscuridades de su valle nativo, cuya prosperidad es su manía; que, además de la religión divina de su fe cristiana, inquebrantable, tiene la terrena del honor y de la Ley justiciera e incorruptible; que es tal la integridad de su conciencia, que si un día llegara a reconocerse delincuente y no hubiera juez que persiguiera su delito, él se declararía juez y hasta carcelero de propio; que tiene la pasión de los débiles y de los menesterosos y de los perseguidos, el ansia inextinguible del saber y el delirio por las glorias de su patria; que los desafueros contra el bien común le exaltan y embravecen... y, por último, que es el hombre que usted adivinó en su pesadilla de anoche, gastándose la vida y el patrimonio en lidiar valerosamente, sin punto de sosiego, contra todo linaje de infieles.

Después de un vago preámbulo, exclamó así el buen señor: Mire usted, amigo mío: yo no estoy literalmente reñido con esa batahola infernal, con ese movimiento que forma hoy la base de la sociedad en que ustedes viven, no señor: comprendo perfectamente todo lo que vale y el caudal inmenso de ilustración que representa; pero esto no puede satisfacer las humildes ambiciones de un hombre de mis años.

La adoraba, y refería a ella todos sus actos, sus pensamientos, sus esfuerzos, sus ambiciones, sus sueños, sus éxitos escolares, su gloria militar, sus primeros premios y sus primeros galones. Al día siguiente de haber sido citado en la orden del día, escribió a Liette: «Estaba tan orgulloso que oía latir «tu» corazón

Mientras tanto, los trabajos alfonsinos tocaban a su término, y Jacobo, creyendo haber pagado a buen precio con la entrega de sus papeles el logro de sus ambiciones, importunaba de continuo a Butrón y hacíase presente a todas horas en el centro de hombres políticos que dirigían los trabajos del partido, en demanda de una cartera que jamás se le había prometido en serio, pero que se le había hecho vislumbrar a lo lejos como precio de su hurto, en los tiempos en que era la consigna barrer para adentro.

Mas en medio de este revuelto mar de apetitos y torpes deseos suelen flotar también, digámoslo en honor de los jóvenes jurisconsultos españoles, nobles y legítimas ambiciones y rasgos de conmovedora modestia.