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El acróbata que en lo más alto del circo, salta de un trapecio a otro trapecio, queda pendiente de un pie sin otro asidero, y vence aun mayores dificultades y arrostra mayores peligros, a mi ver arriesga la vida, más aún que el que se lanza a la arena del circo, sereno, ágil y fiado en su arte, a luchar con el toro más bravo.

Pero ese oficio, en una tierra donde el indio marcha más rápidamente que la bestia y puede pasar por sitios donde aquélla no se arriesga, no era por cierto muy lucrativo.

A un lado de la cama veíase al doctor con semblante abatido, desesperado, oprimiendo la mano de su hija, mirándola con la misma fijeza con que el jugador mira la carta en que arriesga su fortuna y buscando como él un postrer recurso en lo más hondo de su inteligencia. Al otro lado Amaury, tratando de sonreír no hacía en realidad otra cosa que llorar.

Cuando digo que se lanzó, no empleo la palabra exacta para exponer la idea; porque ella no corresponde a la acción de un hombre que, siendo incapaz de aturdimiento, se presentó en la palestra con esa valentía informada de prudencia que no arriesga mucho más que para lograr éxito favorable.

Pues un montañés no necesita saber más que esto para lanzarse á esa tierra feliz; la vida que en la empresa arriesga le parece poco, y otras ciento jugara impávido, si otras ciento tuviera. ¿Hay quien lo duda? Ofrezca un pasaje gratis desde Santander á la Isla de Cuba, ó una garantía de pago al plazo de un año, y verá los aspirantes que á él acuden.

«Debe de ser una cosa muy interesante el oficio de espía se dijo . Un espía arriesga su vida tanto como un revolucionario. A veces la práctica del espionaje cuesta la cabeza. He oído decir que mataron a un espía hace poco. Le degollaron como a un cerdo

La chica recibiría gran sorpresa, pero esto mismo la aturdiría y la pondría más blanda. Las cosas graves de la vida se deciden generalmente por una corazonada. El que no se arriesga no pasa la mar. En resumen, que Granate se entregó a discreción y comenzaron los preparativos para la gran solemnidad. Lo primero que se trató fue la hora. Quedó resuelto que fuese a las doce del día.

Esto aconteció varias veces, en particular el 26: la noche de ese día empecé á temer que se preparaban grandes desastres. Nuestros marinos se habían ausentado. En las dilatadas fluctuaciones de la crisis equinoccial se espera un poco; y, si las cosas se prolongan, el deber y el oficio discurren; se hace caso omiso de todo, y uno se arriesga, salga lo que salga.

Se contenta con mascar hojas, pacer arándanos, saborear panales de miel: á veces se arriesga á bajar á la playa para ir á comer tranquilamente uvas y peras en la planta que las produce.

Al hombre que arriesgaba su vida en todos los momentos por una causa útil a sus semejantes, ha sustituído el que la arriesga por las nonadas de la vanidad o la soberbia. Al caballero ha sucedido el espadachín. Quedáronse los contertulios comentando la serenidad del conde. Se le ensalzó aunque no muy vivamente ni por mucho tiempo. Es regla primera del buen tono no asombrarse jamás.