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Mucho lo siento, dixo la dama; y volvió á llorar sus desventuras propias. Acordaos, dixo Cilofilo, de María Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo músico que tenia excelente voz de sochantre.

Fortunata volvió a la apartada silla en que antes estuvo, y doña Lupe, después de llevarse las manos a la cabeza, hizo un gesto de conformidad cristiana. Le faltaba poco para echarse a llorar.

Hoy hablaré otra vez, y espero que cederá. Ten confianza.» Y en efecto, aquella misma mañana madre e hija volvían a tener habla en el cuarto de la última. Fué larga, y no sabemos lo que en ella pasó. Doña Paula salió al cabo de una hora con los ojos enrojecidos de llorar, llevándose la mano al corazón, del cual padecía a menudo, en dirección a su cuarto, y se acostó.

Rafael; señor diputado, ¿está usted contento?... ¿Quiere usted dar que reír más aún a sus enemigos? El viejo hablaba con voz temblona; parecía próximo a llorar.

569 La mandaba a trabajar, poniendo cerca a su hijito tiritando y dando gritos, por la mañana temprano, atado de pies y manos lo mesmo que un corderito. 570 Ansí le imponía tarea de juntar leña y sembrar viendo a su hijito llorar, y hasta que no terminaba, la china no la dejaba que le diera de mamar.

En la cabecera, una cruz con letras grabadas profundamente á punta de cuchillo, obra piadosa de los compañeros de armas. «Desnoyers...» Luego, en abreviaturas militares, el grado, el regimiento y la compañía. Un largo silencio. Doña Luisa se había arrodillado instantáneamente, con los ojos fijos en la cruz: unos ojos enormes, de córneas enrojecidas, y que no podían llorar.

Ellos, además, no se han recatao; han ido a toas partes como si fuesen marío y mujé, a la vista de too er mundo, a cabayo, lo mismo que los gitanos que van de feria en feria. Cuando estábamos en el cortijo me yegaban noticias de too lo que hacía Juan; y luego, estando en Sanlúcar, también. El Nacional creyó necesario intervenir, viendo que Carmen se conmovía con estos recuerdos e iba a llorar.

Hay otra llamada María del Socorro, de la misma edad que Maximina, muy dulce, muy tímida; cuando las niñas enredaban en su clase, no teniendo ánimo para reñirlas o castigarlas, se echaba a llorar.

Y luego rompió á llorar, y dijo en una de sus tremendas salidas de tono: Haga vuecencia de lo que quiera; pero yo no me acuerdo de nada. ¿Que no os acordáis? ¿habéis perdido la memoria? Lo he perdido todo, señor: mi dinero... mi mujer... mi hija... Y entre otra nueva y más violenta salida de tono, añadió: ¡Me han robado! ¡Me han perdido! ¡Que os han perdido!

Petra vio que estaban solos... y se echó a llorar. Don Fermín hizo un gesto de impaciencia, que no vio Petra, porque tenía los ojos humillados. Había querido hablar el canónigo, pero no había podido; sentía en la garganta manos de hierro, y por el espinazo y las piernas sacudimientos y un temblor tenue, frío y constante. ¡Pronto! ¿qué pasa?... pudo preguntar al cabo.