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El guerrero gascón acogió aquella alusión del príncipe con avinagrado gesto y no hizo mejor gracia á los caballeros gascones que rodeaban á Captal de Buch, pues les recordaba que la única vez que habían atacado á las tropas francesas sin el auxilio de Inglaterra les había tocado en suerte completa derrota.

El que atrajo la atención de L'Ambert había visto, sin duda, que la morada de su dueño no ofrecía ya bastante caza, y buscaba en plena campiña un suplemento a su pitanza. Los ojos del señorito L'Ambert, después de haber errado algún tiempo a la ventura, sintiéronse atraídos y como fascinados por el gesto de aquel gato.

Su egoísmo candoroso, pero fuerte, estaba cansado de pensar en los demás, de olvidarse a mismo, no quería más tiempo de servidumbre, y si Ana se quejaba, su marido torcía el gesto, y hasta llegó a hablar con voz agridulce de la paciencia y de la formalidad.

¿Y todo para qué? exclamaba con gesto de pitonisa descreída ¡No puedes con la comida de casa, y querías ir de fonda! Lo que más hirió la delicadeza de su amor fue que un día, aludiendo a Mariquita, dijese: ¡Si fuera una persona decente! ¡Pero una sacadineros y desbaratacamas!

Todavía recuerdo con escándalo el gesto irreverente y volteriano con que el doctor Vélez se burlaba de ti una noche, dando la nota discordante en toda tu generación literaria. Yo sostengo y sostendré siempre que has hecho a muchos de nuestros poetas: y bastaría reflexionar un poco para notar que todas las manifestaciones sociales se parecían a ti en aquellos días.

Muy buena, muy buena contestó mi tío. ¡Pues a me parece muy mala! Y a también agregó don Juan, haciendo el gesto de asco que le era peculiar. Cosas de muchachos ambiciosos, de mozalbetes: ¡Miren ustedes, qué atrevimiento!

Don Mariano hizo un gesto de disgusto, exclamando: ¡Vaya por Dios, hijo, vaya por Dios!... Siento que te nos marches ahora... En fin, si es tu gusto... Ricardo guardó un silencio sombrío.

Una hermosura nueva la revestía, maravillosamente, y bajo las sombras de sus pestañas brillaba la piedad. De pronto, con el gesto de una criatura a quien reprenden, se cubrió con los brazos la cara y salió, precipitadamente. Charito se sentó al lado de Muñoz, descorazonada. Un minuto después, en el penoso silencio, se oyeron gemidos ahogados que venían del saloncito contiguo.

Después de haber expresado este sentimiento desfavorable para el comercio, que doña Gertrudis en su fuero interno hacía extensivo también a la industria y en general a todas las artes mecánicas, cerró de nuevo los ojos con un gesto de dolor, y siguió de esta manera: Lo que siento, hijo mío, es que no os he de ver casados y que por mi causa tendréis que dilatar la boda... Me encuentro muy mal, muy mal... El corazón me dice que me he de morir antes de que llegue el día del matrimonio... Y la verdad es que más vale que me muera si he de padecer tanto...

» Mientras hablaba, iba observando yo el efecto de mis palabras en el atento escuchante. También este trámite estaba apuntado en el programa. Ni un músculo se contrajo en todo su cuerpo, ni el menor gesto alteró la expresión serena de su semblante. Como si se tratara de una historia del otro mundo.