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No era de extrañar su proceder con Jacques, puesto que Pedro había renegado de la mayor parte de sus antiguas relaciones: veíasele, sin embargo, de vez en cuando en el mundo, puesto que lo encontramos, hacia mediados de diciembre, en el saloncito privado de Mariana de La Treillade, si bien es cierto que una circunstancia especial lo llevaba a ese elegante santuario de la malicia, puesto que Pierrepont venía a felicitar a Marianita por su próximo matrimonio.

Se me antojó subir hasta lo más alto y sentarme un momento dentro de la cabeza del coloso, un saloncito redondo alumbrado por dos ventanas que son los ojos. A pesar de esos ojos abiertos un dirección al horizonte azul de los Alpes, el calor allá dentro era asfixiante. El bronce caldeado por el sol, me envolvía en un calor pesadísimo. Fueme preciso bajar más que a escape. Pero, lo mismo da.

Amaury, a fuer de buen conocedor del terreno, llegó en seguida a la puerta del saloncito en cuestión, que precisamente estaba entreabierta, y antes de entrar permaneció un instante en el umbral como fascinado por el cuadro que se ofrecía ante su vista.

La verdad me anonadaba y una rabia loca empezaba á hervir en mi corazón. Bramaba de rabia, en aquel saloncito en el que había pasado horas tan dichosas, al verme vendida y abandonada á la vez por mi amiga y por mi amante. Sorege en tanto estaba impasible y sin decirme una palabra de consuelo, como si contase para su triunfo con el exceso de mi mal.

Por fortuna, doña Manolita presintió por instinto aquella situación difícil, y libertó de ella pronto a su amiga, presentándose otra vez en el saloncito.

Mientras me hablaba, miré emocionado ese saloncito de papel claro, que hacía mucho tiempo que no había visto y donde he pasado ya tan hermosas horas. Todo estaba igual.

Y diciendo esto lo introducía en un pequeño departamento compuesto de saloncito y dormitorio, cuya comodidad y buen gusto ponderó mucho Fabrice, dejando en seguida a éste que se vistiera para comer.

Bajó a los Campos Elíseos, mascando un cigarro apagado, viéndolo todo color de fuego. Veinte minutos después entraba al Círculo y encontrábase allí con algunos de los convidados de la mañana; entre otros a los señores de Monthélin y Hermany. Encerrose con ellos en un saloncito reservado.

Mas al poner los pies en el saloncito de Calderón, sintióse malamente impresionado por el calor que allí hacía. Sin contestar apenas a los saludos y sonrisas que a porfía le dirigían, murmuró en tono brutal, con la voz gruesa y ronca a la vez que caracteriza a los hombres de cuello corto: ¡Puf! ¡Esto echa bombas!... Y lo acompañó de una interjección valenciana que principia por f.

Nunca podría aconsejarte bastante cuán necesario es para ti que sigas este curso... Por otra parte, voy a quedarme un instante con la señora Terpsy; deseo interrogarla acerca de los resultados obtenidos. Las dos mujeres se marchan. El profesor entra en el saloncito, donde Terpsy se le une, apenas ida su última discípula. Señora: ¡dispense usted mi curiosidad...! Ignoraba si debía...