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Actualizado: 20 de julio de 2025


¿Creerás, querida, que aún no conozco a tu marido? dijo la señorita de Chalvin , ¡y tengo una curiosidad! ¡Glotona! replicó Marianita , pues bien, relámete... va a venir... lo estoy esperando... ¡Dicen que es seductor, amada mía! ¡Seductor!... ¡aun me parece poco!...

Las bodas se efectuaron tres semanas después de la historiada proeza en la iglesia de San Agustín, y como la joven pareja se pusiera de acuerdo para no llevar a cabo el reglamentario viaje de novios, se instalaron la noche misma de sus nupcias en el hotel que Marianita había hecho comprar a su marido, calle Monceau, hotel cuyo arreglo presidió ella misma dando muestra en el mobiliario y tren de su proverbial buen gusto, porque no era esta cualidad la que precisamente faltase a Mariana.

¡Ya lo creo! ¡hay de qué! ¿Y qué es lo que aquélla le responde? Le responde... le responde... ¡chito! concluyó Marianita. Al decir esto las dos rompieron en una carcajada, y como la campana anunciara el almuerzo, se alejaron en dirección al comedor.

No era de extrañar su proceder con Jacques, puesto que Pedro había renegado de la mayor parte de sus antiguas relaciones: veíasele, sin embargo, de vez en cuando en el mundo, puesto que lo encontramos, hacia mediados de diciembre, en el saloncito privado de Mariana de La Treillade, si bien es cierto que una circunstancia especial lo llevaba a ese elegante santuario de la malicia, puesto que Pierrepont venía a felicitar a Marianita por su próximo matrimonio.

, pero sin distinción arguyó la niña, haciendo desdeñosa mueca . El otro... ese ... el amigo Pedro... ¡ese que quisiera yo encontrármelo una noche en cualquier rincón del bosque! El encuentro sería un tanto peligroso objetó Eva. Donde no hay riesgo, no, hay deleite apoyó Marianita . Entre paréntesis, ninguna lástima tengo yo a mi prima la de Aymaret, que le ha dado su corazón... etc.

Palabra del Dia

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