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Al inexorable mandato acudió inquieto y receloso Pierrepont, porque bien, le decía su claro instinto que su tía iba a ponerlo, sin escape alguno, entre la espada y la pared. ¡Amigo mío! rompió la baronesa con aire de triunfo , me parece de más preguntarte si te has decidido.

Por otra parte, habíase podido apreciar de qué fuera capaz el marqués de Pierrepont, vistiendo el uniforme militar, por cuanto en la guerra del 70 dio pruebas del más cumplido valor, volviendo pacíficamente, una vez terminada aquélla, a emprender su vida habitual de parisiense y de dilettante a que lo impulsaban tendencias, gustos, falta de ambición, y un poco también el deseo de complacer a cierta anciana tía, que no se contaba seguramente entre las fervientes admiradoras de la república.

Todo París se ocupaba hacía algún tiempo de la intimidad de Pierrepont con la joven baronesa de Grèbe, y en cuanto al barón, enteramente domado, fascinado e hipnotizado por su mujer, había concluído por formar parte de la numerosísima cohorte de maridos de que rebosa el mundo y de los cuales no sabe uno si compadecer la ceguera o admirar la complacencia.

Pero, lo que más indiscutiblemente acusaba a Pierrepont ante los ojos de las jóvenes amigas, era ese completo y absoluto alejamiento de aquél hacia ellas, cual si el marqués hiciera por el hecho una tácita confesión de su indignidad; jamás aparecía por el taller de Fabrice, con grande aflicción del pintor, que tan sinceramente estimaba a aquel antiguo compañero del combate y de la ambulancia.

Señor de Pierrepont, le compadezco con toda mi alma... pero, ¿es digno de usted, de su buen sentido, de su rectitud, llamar miserable a una mujer porque ha rehusado casarse con usted?

No habiendo dejado la señora de Montauron disposiciones testamentarias, venía a ser su legítimo heredero el marqués de Pierrepont, quien por este hecho reunía en sus manos una renta de más de cuatrocientos mil francos.

Pero el tiempo volaba; fue el 20 de julio cuando Pierrepont y Fabrice juraron su tremendo compromiso, y el plazo de cuatro meses acordado al pintor expiraba por ende el 20 de octubre.

Como la vizcondesa le manifestase su admiración: ¡Magnífico! exclamó el artista alegremente . Repite usted lo que Pedro me decía hace un momento, y cuando sus apreciaciones de usted coinciden con las de aquél, hay motivo para estar contento. ¿Está aquí Pierrepont? , da con Beatriz una vuelta por el parque... me parece que han ido a la avenida de los arrayanes... ya usted sabe el camino.

Por consecuencia, al día siguiente, bien de mañana, el marqués de Pierrepont tomaba el tren, acompañado de las caricias de su tía y de las maldiciones de aquellas señoritas.

Señor de Pierrepont, no realmente cómo darle las gracias por sus bondades conmigo... No hacen más que principiar, señorita... ¡si usted tiene a bien alentarlas! Pues bien, las aliento... ¿Continuará usted visitándome después de casada? Todos los días, si me lo permite usted.