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Un libro que nadie puede leer dos veces en la vida, pero que realmente existe y a él le estaba negado. Su alma debía ser un muerto que tuviese por sudario una sotana. Las doctrinas de los que le educaron lo ordenaban así. Por cima del decálogo casi divino que debía practicar, los hombres habían escrito este mandato: «No te amarán

13 Y fueron enviadas cartas por mano de los correos a todas las provincias del rey, para destruir, y matar, y echar a perder a todos los judíos, desde el niño hasta el viejo, niños y mujeres en un día, en el trece del mes duodécimo, que es el mes de Adar, y para apoderarse de su despojo. 15 Y salieron los correos de prisa por mandato del rey, y la ley fue dada en Susa capital del reino.

En efecto, el valor moral de este matrimonio es harto discutible; mas para la muchacha, si se atiende a los ruegos de su madre, a sus quejas, hasta a su mandato; si se atiende a que ella creía por este medio proporcionar a su madre una vejez descansada y libertar a su hermano de la deshonra y de la infamia, siendo su ángel tutelar y su Providencia, fuerza es confesar que merece atenuación la censura.

Aceptó el mandato Nélida, más por despecho que por obediencia amorosa. Sus besos de despedida fueron glaciales. Fruncía las cejas; brillaba en sus ojos un resplandor hostil. No me quieres, bien lo veo... Otro se consideraría feliz si yo le permitiese acompañarme en mi fuga, y parece que estás arrepentido de conocerme... Cualquiera diría que te he propuesto un crimen.

Comunícase velozmente el mandato; pero ¿qué acontecimiento inesperado ha turbado de súbito al glorioso Amir?

Pretendía que fuera tan exacto en el cumplimiento de los deberes totalmente artificiales de la sociedad, como cumplía a un hombre bien nacido y amparado bajo su patrocinio. Muchas veces expresaba ella un simple deseo sin más fundamento que el de serme grata y mi imaginación, dispuesta a transformarlo todo, le asignaba alcances de mandato.

¿Quién ha dicho que ibas a quedar inútil para la lidia? exclamó el doctor, satisfecho de su habilidad . Torearás, hijo; aún te ha de aplaudir mucho el público. El apoderado asentía a estas palabras. Lo mismo había creído él. ¿Así podía acabar su vida aquel mozo, que era el primer hombre del mundo?... Por mandato del doctor Ruiz, la familia del torero se había trasladado a la casa de don José.

Poco a poco pasó del estado de tolerancia al de protección: primero se rebajó hasta dar algunos consejos a la montañesa, después le dio un pellizco. Se animó aquello. Colás, ponte a la disposición de esas señoras dijo Pedro con voz solemne. Porque el mandato de la Marquesa no había bastado; el pinche obedecía a Pedro y Pedro a su deber.

Más tarde, fatigado y quebrantadísimo por sus trabajos, cedió al consejo y mandato de médicos y confesores, y se cuidó y no abusó.

Para cumplir del modo posible este mandato, se derribó el altar mayor y se sacó hacia fuera, con objeto de depositar detrás de él el cadáver, pues debajo no podía estar, por ser lugar exclusivo de los Santos que la Iglesia tiene canonizados