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A esta pregunta responderán hasta los medianos, observando que los padres naturalmente quieren á los hijos, y estos á los padres, y que así estan enlazados nuestros deberes con nuestros afectos, instigándonos estos al cumplimiento de aquellos. Hasta aquí no hay diferencia entre los alumnos que se llaman de buen talento. Pero prosigue el profesor analizando la materia y pregunta.

Todo indio dijo mi amigo encendiendo un cigarro, tiene derechos y deberes con relación al Estado y á la provincia en que vive, estando entre los deberes el de trabajar cuarenta días dentro del año, en la jurisdicción de su pueblo. De este trabajo están exceptuados los privilegiados por sangre, por inutilidad ó por edad.

Termino con esta hermosa imagen para irme a cumplir mis deberes de novio feliz. ¡Qué comedia es la vida! Máximo a su hermano. Así, pues, se vuelve usted irónico, señor hermano, y me hace observar con malicia que mi última carta está llena de imprecaciones contra Elena, mientras que Luciana ocupa en ella muy poco lugar... ¿Qué quieres deducir de ello?

, ; ya me ha contado ella cómo se había enamorado de una niña... Uno de los más duros deberes para ustedes sin duda ha de ser el de no poder profesar cariño a nadie... Y no teniendo así una vocación bien determinada, y hallándose, como usted dice, en buena posición, ¿cómo es que esa niña se ha hecho monja? No he dicho que careciese de vocación.

Su afecto por Germana se componía de caridad cristiana, de compasión por la debilidad y de aquella alegría agridulce que un hombre de corazón encuentra en el cumplimiento de los deberes difíciles. Quizá también había en aquel sentimiento algo de legítimo orgullo.

El hombre enteramente salvage, dueño absoluto de todas sus acciones, con dificultad llega á penetrarse de los deberes que una sociedad en su infancia debe imponerse á misma, si desea entrar en la senda del progreso; por eso se impacienta y mortifica cuando pesa sobre él la mas leve contribucion.

La perspectiva de los sufrimientos enteramente personales que me quedaban para afrontar y que, por otra parte, yo mismo me había atraído por mi debilidad, no podía autorizarme á abandonar deberes en los cuales no eran sólo mis intereses los que se hallaban comprometidos.

No era él hombre para la corte. Los deberes sociales que allí impone la cortesía, le aburrían. Había nacido para la libertad, para el goce que proporciona el aire libre del mar, el ejercicio corporal, los trajes cómodos, holgados.

Nos atormentaremos y no nos entenderemos. Usted llama terrores desatinados al santo temor de Dios, desesperación al menosprecio del mundo, y locura á la humildad cristiana y al recelo de caer en tentación y de faltar á los deberes. Usted considera muerte la vida que en este mundo se asemeja más al vivir de los ángeles. ¿Cómo, pues, hemos de entendernos?

Mejores frutos pensaba haber sacado el marqués de la vida aparatosa que traía; porque, al cabo, ya que no la senaduría, que tanto le halagaba, había logrado la limosna de un asiento ministerial en los escaños del Congreso; y, sin embargo, cotejando el valor de su conquista, reducido, en substancia, a la gloria dudosa de haber pronunciado un discurso de dos horas mortales sobre la langosta de la Mancha, que no escucharon más que los taquígrafos y unos cuantos babiecas inexpertos de las tribunas; al trabajo imponderable y continuo de atormentar subsecretarios y directores, recomendándoles las querellas de todo linaje de pretendientes desvalidos, con el único fin de acreditar sus influencias; al oneroso vicio de solemnizar con un a «sus amigos políticos» cada discurso del Presidente del Consejo, o cada batalla ganada por el Ministerio a las revoltosas oposiciones; a no tener hora ni punto de sosiego, por estar pendiente de sus deberes de padre de la patria y creerse obligado a tomar por lo serio y a sentir en su ministerial epidermis cuantas cuchufletas y alegatos contra la situación leyera en la prensa oposicionista, y la leía de cabo a rabo, y a algunas cosas más por el estilo; cotejándolo todo, repito, con lo que le había costado en desaires, en paciencia... y en banquetes, la ganancia no resultaba del todo apetecible para un ambicioso de los más usuales.