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No se atrevió a protestar de la barbarie: temía que penetrara en su alma y leyera sus sacrílegas dudas. Después de pasar por la iglesia y recoger los óleos, penetró en el vetusto palacio de Montesinos. El día estaba encapotado. La lluvia caía tristemente con una pertinacia que sólo se conoce en aquella región de la Península. Salió a abrirle, como siempre, Ramiro.

Entonces me sentí muy valiente, casi me arrepentí de haber tenido miedo antes, y le rogué que lo leyera todo; pero él no quiso. »Tuve que leerlo yo, y así la vergüenza se me ha disipado, y ahora me siento como librada de un gran peso, y contenta, contenta

Una de ellas, colocada junto á la puerta, llevaba el nombre de Lamarck. Mi sangre toda afluyó al corazón, sintiendo como un impulso de religioso respeto. ¡Gran nombre y ya viejo! Es lo mismo que si en las tumbas de Saint-Denis se leyera el nombre de Clodoveo.

- leyera -dijo el cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer. -Harto reposo será para -dijo Dorotea- entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aún no tengo el espíritu tan sosegado que me conceda dormir cuando fuera razón. -Pues desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; quizá tendrá alguna de gusto.

Quizás en este día especial pudiera decirse que había en el rostro de Ester una expresión no vista hasta entonces, aunque en realidad no tan marcada que pudiese notarse fácilmente, á no ser por un observador dotado de tales facultades de penetración que leyera, primero, lo que pasaba en el corazón, y luego hubiese buscado un reflejo correspondiente en el rostro y aspecto general de esa mujer.

Las letras saltaban, estallaban, se escondían, daban la vuelta... cambiaban de color... y la cabeza se iba.... «Esperaría, esperaría». Y dejaba el libro sobre la mesilla de noche, y con delicia que tenía mucho de voluptuosidad, se entretenía en imaginar que pasaban los días, que recobraba la energía corporal; se contemplaba en el Parque, en el cenador, o en lo más espeso de la arboleda leyendo, devorando a su Santa Teresa. «¡Qué de cosas la diría ahora que ella no había sabido comprender cuando la leyera distraída, por máquina y sin gusto!».

Al oír el ruido que hice al abrirla, volviose mi vecina y paseó su mirada con cierto asombro no exento de curiosidad, de la carta a mi persona y de ésta a la carta. Con elocuente mímica supe indicarle que era yo su autor, y cruzando las manos, le rogué que la leyera. Quedó perpleja un instante, mas se decidió muy pronto. ¿A qué? A leerla, hombre, a leerla.

La Caramba redactó aquel escrito poco antes de morir; y, legándole además el San Vicente Ferrer de talla, se lo confió todo al padre Atanasio. Este consideró conveniente que el marqués tuviese noticia del escrito, pero no se le comunicó y le guardó entre sus papeles. El padre Atanasio consintió en que yo le leyera y en que sacase de él la copia exacta que aquí traslado.

Quejábase con harta razón Fernandito de su falta de memoria, síntoma fatal a veces de los reblandecimientos cerebrales. Mas Diógenes, que no perdonaba ocasión de descargar su terrible mandoble, púsose a recitar como si leyera en el periódico: Hablando de cierta historia, A un necio se preguntó: ¿Te acuerdas ? Y respondió: Esperen que haga memoria.

Mauricio Rapp, en el prólogo á su traducción de Los dos gentiles hombres de Verona, de Shakespeare, dice: «Esta pieza da á entender el influjo del teatro españolNo creo que el poeta la leyera en su lengua original; pero que se la haya hecho contar y traducir.