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El Ferrer no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en el que había permanecido ocho años. Olvidaba las cóleras y tristezas sufridas allá. Todo lo veía al través de ese amor a lo pasado que desfigura los recuerdos.

Ría usted, don Jaime, búrlese de , pero de algo puedo yo servir... Vea usted cómo le aviso ahora el peligro. Hay que vivir en guardia. Con alguna mala idea ha preparado el Ferrer lo de la canción.

Nada más. ¿Le parecía poco?... El Cantó no era aficionado a las alturas, porque sus cuestas le hacían toser. Siempre andaba por los valles, sentándose bajo los almendros y las higueras para inventar sus trovos. Si había subido hasta la herrería, era indudablemente porque el Ferrer le habría llamado. Hablaban los dos con gran animación.

Pero no es él, don Jaime: estoy seguro. Si al Cantó le preguntan, dirá que por darse importancia. Pero era el otro, el Ferrer, le conocí la voz, y Margalida cree lo mismo. A continuación, con gesto grave, habló del necio miedo de las mujeres, que sostenían la necesidad de avisar a la Guardia civil de San José. Usted no hará eso. ¿Verdad, don Jaime, que es un disparate?

No había cuidado: todas las gentes honradas, lo mismo que la justicia, «estaban a favor de ellos». Como el Ferrer carecía de parientes próximos que le vengasen y se había hecho antipático, los vecinos no tenían interés en callar y todos decían la verdad. El verro había ido dos noches a buscar al señor en su torre, y el señor se había defendido. Era indudable que no le harían nada.

Y bajaron al puerto de Ibiza, el día de la llegada del vapor, los parientes lejanos del Ferrer, que eran medio pueblo, y todo el resto del vecindario por puro patriotismo. Hasta el alcalde hizo el viaje, seguido de su secretario, para conservar las simpatías de sus administrados.

Pero ¿cómo puede denigrarnos un muerto? Y si un muerto puede denigrarnos, entonces, ¿no habremos cometido una ligereza al matar a Ferrer? Por mi parte, yo creo que, en efecto, hemos cometido una gran ligereza, un descuido imperdonable. En vano sus enemigos dicen que Ferrer no era un sabio ni un pedagogo.

Tipos y costumbres españolas; 3 y 3,50 pesetas. Ayer, hoy y mañana; 6 tomos, 18 y 20 pesetas. =FERRER DEL RÍO.= Galería de la litera, con los retratos de Quintana, Lista, Gallego, Burgos, Toreno, Martínez de la Rosa, Lastra y otros; un tomo en 4.º, 5 pesetas en toda España. Album literario español.

El Ferrer, con sus pretensiones de artista, sólo trabajaba cuando tenía que reparar una escopeta, transformar un viejo trabuco de chispa en arma de pistón, o fabricar aquellas pistolas con adornos de plata que admiraban al Capellanet. Deseaba éste verle preferido por su hermana; que el verro entrase en su familia con sus asombrosas habilidades.

En el altar mayor dejó una Asunción, La Visitación de Santa Isabel á la Virgen, La Encarnación, El Nacimiento de Jesús, La Adoración de los Reyes, los cuatro doctores de la Iglesia, San Buenaventura y un crucificado, y en otros retablos las imágenes de Santo Domingo, Santo Tomás y San Vicente Ferrer.