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El capitán se detuvo ruborizándose hasta las orejas. Creo dijo que he ido más lejos que mi pensamiento. ¿Dónde estábamos? En todas partes respondió el conde Dandolo. Es justo, puesto que hablamos de Inglaterra. ¿Cree usted que si lo de Ky-Tcheou hubiese ocurrido a un navío inglés se hubieran conformado sus oficiales con bombardear la ciudad? ¡No son tan tontos!

Al fin, quedé solo con la Junta directiva, porque Villa, Olóriz y Eduardito, mis fieles acompañantes, se habían ido también a coger sitio. Cuando usted guste, señor Sanjurjo me dijo, al fin, el presidente, sacando el reloj.

Os la diera mejor para subir. Ya subiremos. Y aún llueve dijo Quevedo. Y hace obscuro; por lo mismo os guío. ¿Y las gentes que os acompañan? Se han ido. Misteriosa aventura. Y más misteriosa la felicidad que más allá de esta puerta me aguarda. Y la condesa abrió con llave el postigo de una cerca. Entrad dijo. Quevedo entró. La condesa sintió que otra persona cerraba el postigo.

Que haga de lo que quiera prosiguió cuando se hubo calmado... Que me haga su criada... Después de todo, ya lo soy... Pero refregarme los ojos con otras mujeres... eso no debía hacerlo, ¿no te parece?... Porque yo no le he dado motivo hasta ahora para tratarme así, bien lo sabe Dios... Desde que estoy con él no he mirado á ningún otro hombre... ¡que se me quiebren las manos y se me salten los ojos si no digo la verdad!... No he ido un día siquiera á Puerta de Tierra, ni á los toros, ni he puesto los pies fuera de casa más que cuando él me ha llevado á la plaza de Mina por la noche ó los domingos por la mañana á la del Mercado.

Un hombre del campo me indicó que por allí no había agua. Volví al barco y esperé a que llegara Allen. Este traía víveres, que devoramos, y una botella de cerveza. Después de comer dijo: Ahora les tengo que contar lo que me ha pasado y la proposición que me han hecho. He ido al pueblo, he entrado en la tienda a comprar la comida; me han preguntado quién era, de dónde venía.

Preguntada por el presidente, D.ª Josefa declaró que Obdulia hacía tiempo que perseguía a su amo y le molestaba proponiéndole la escapatoria al convento. Que el excusador había tratado en vano de disuadirla; sus esfuerzos habían sido vanos. Estaba tan resuelta a marcharse, que se hubiera ido sola si él se negaba a acompañarla. En vista de eso, su amo, aunque de malísima gana, había cedido.

Pues ido de las manos el conejo, Tomando de Francisco el escarmiento, Juzgòse por maduro y buen consejo Del Estrecho hacer descubrimiento: Ofrécese, que dándole aparejo, A Castilla pos él irá derecho: Despáchale el Virrey, que no debiera, Movido de Sarmiento y su quimera.

Los bogas tienen mil extravagantes preocupaciones sobre ese escondido rio de lecho de oro en polvo y arboledas sombrías é impenetrables, y cuentan muchas leyendas, haciendo la señal de la cruz, sobre los buscadores del peligroso metal que, habiendo ido al interior por el curso del rio, no han vuelto á parecer mas en Mompos.

Música del sol, habitante de las alturas, poeta del follaje, se nutre únicamente con el vino de la Naturaleza, con la savia que circula por las arterias de los árboles. La cigarra no ha ido nunca en la realidad al encuentro de la hormiga. La ignora ó huye de ella como de un enano grosero y maléfico. Es la hormiga la que la busca y la acecha para aprovecharse de su trabajo.

«Y ahora siguió Santa Cruz, muy bien empaquetado entre sus sábanas , despídete de tu novela, de esa grande invención de dos ingenios, Ido del Sagrario y José Izquierdo... Vamos allá... Lo último que te dije fue...». Fue que se había marchado de Madrid y que no pudiste averiguar a dónde. Esto me lo contaste en Sevilla. ¡Qué memoria tienes!