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¿ hispañol? decían al capitán Ferragut . Mis antiguos nascieron allá. ¡Terra fermosa!... Pero no querían volver á ella. Les inspiraba miedo la patria de sus abuelos. Temían que, al verles de regreso, los españoles actuales suprimiesen las corridas de toros y restablecieran la Inquisición, organizando una quema todos los domingos. Oyendo su lenguaje, el capitán recordaba una fecha: 1492.

lo que debes desear es conocer a los toros para librarte de una desgracia, y torear mucho para llevar dinero a la familia. El Nacional protestaba de esta humillación que pretendía imponerle por su carácter de torero. El era un ciudadano como los demás, un elector al que buscaban los personajes políticos en días de elecciones. Yo creo que tengo derecho a opinar.

No sabía cuáles eran, pero le atraía su despacho, con todo aquel decorado de arrogantes retratos, moñas arrancadas a los toros y carteles que pregonaban su fama.

Harto al cabo de chulas y de lorettes, de toros y de handicaps, de manzanilla y champagne, de callos y de foie-gras, resolvió a los treinta años dar fin; esto es, casarse... Mas para que Villamelón diese fin, preciso era que alguna hija de Eva diese principio, puesto que por una de esas anomalías que tienen su razón de ser en el torcido criterio de ciertas clases sociales, se ha convenido en que el hombre piensa dar fin en aquel mismo matrimonio en que juzga la mujer dar principio.

Las gentes del sol le insultaban con bramar de cuernos y toques de cencerro cuando se demoraba en dar muerte a los toros, clavándoles medias estocadas que no llegaban a hacer doblar las patas a la fiera. En Madrid, el público «le aguardaba de uña», como él decía.

Sus más remotos ascendientes habían llegado a Sevilla con el monarca que expulsó a los moros, recibiendo como premio de sus hazañas inmensos territorios quitados al enemigo, restos de los cuales eran las vastas llanuras en las que pacían actualmente los toros del marqués.

Están muy cercados á estos los Boures, Oyures, Sepes, Carababas, Payzinones, Toros, Onunaisis, Penoquís, Jovatubes, Zutimus, Oyurica, Sibu, Otezoo, Baraisi, Canamasi, Comano, Mochosi, Tesu, Pochaquiunape, Mayeo, Omenasisopa, Omemoquisoo, Botaquichoca, Ochizirisa, Jobarusica, Zazuquichoco, Tepopechosisos, Sofoaca, Zumonocococa y otras muchísimas, de que aun no se ha tenido distinta relación.

Otros querían que se le desjarretase para poder matarle sin peligro. Por desgracia, la gran mayoría gritaba que era lástima, y que un toro tan bravo debía morir con todas las reglas del arte. El presidente no sabía qué partido tomar. Dirigir y mandar una corrida de toros no es tan fácil como parece. Más fácil a veces es presidir un cuerpo legislativo.

Asomábase al club de los Cuarenta y cinco para ver si estaba en él su apoderado: una sociedad aristocrática, de número fijo, según indicaba su título, en la que sólo se hablaba de toros y caballos. Estaba compuesta de ricos aficionados y ganaderos, figurando en lugar preeminente, como un oráculo, el marqués de Moraima.

Parecía que a cada uno le acababan de robar el honor de su hija. ¡Morral, ladrón, gran cochino! ¡Así te ahorquen por los pies! ¿Eres el que recibías los toros? ¡A la cárcel con ese pillo! Señor presidente, ¿para cuándo quiere V. la Guardia civil?