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El Tritón y su sobrino acababan por fatigarse de esta pesca fácil... El sol estaba próximo á lo más alto de su curva: cada ondulación marina se llevaba un pedazo de la faja de oro que partía la inmensidad azul. La madera de la barca parecía arder. Hemos ganado nuestro jornal decía el Tritón mirando al cielo y luego á los cestos . Ahora un poco de limpieza.

Antaño los villaverdinos tenían en el extranjero que llegaba a su pintoresca ciudad motivo de burla y diversión. Principiaban por reirse del color de sus vestidos y de su manera de llevar el cabello. Cuchicheaban de él en sus bigotes, le cortaban un sayo, y luego acababan por imitar lo que censuraban, y de la peor manera.

Llenose de ellos los bolsillos, y es más que probable que dejara caer alguno, que no faltó quien recogiera, porque por la noche, en el teatro, oyó a algunos jóvenes autores y abonados de la orquesta bromear y reírse de una carta que acababan de encontrar y que circulaba de mano en mano.

Y efectivamente, su sonrisa, sus miradas prometedoras, le hacían encontrar otra vez á la Alicia que había marchado junto á él por el camino de la costa con la boca pegada á la suya en un beso interminable. Al quedar solo, le asaltaban sus propias tristezas y preocupaciones. Había recibido noticias de Rusia por varios fugitivos que acababan de librarse de la persecución revolucionaria.

El tono de penuria famélica con que moduló aquella frase, apretándose al mismo tiempo el estómago, hizo reír a sus vecinos. Alguien le habló en voz baja, y él, mirando de soslayo al mancebo, tapose la boca como avergonzado. Entretanto don Alonso platicaba, en la sala contigua, con algunos señores que acababan de llegar.

Defendían el dinero con mayor tenacidad que los otros continuó Atilio , con una paciencia de bueyes testarudos é incansables; pero acababan perdiendo, igual que los demás. ¿Quién no pierde aquí?... Hasta el Casino, que gana siempre, pierde ahora. Antes de la guerra, su renta era de cuarenta millones por año.

Al volverse Panglós, Candido y Martin á su cortijo ,`encontráron á un buen anciano que estaba tomando el fresco á la puerta de su casa, baxo un emparrado de naranjos. Panglós, que no era ménos curioso que argu-mentista, le preguntó como se llamaba el muftí que acababan de ahorcar. No lo , respondió el buen hombre, ni nunca he sabido el nombre de muftí ni de visir ninguno.

Uno de aquellos calaveras cogió al muchacho del brazo y lo hizo subir al salón que acababan de dejar, en el que quedaban todas las últimas heces del desenfreno y la borrachera. La crápula volvió á empalmarse, haciendo participar al muchacho de todos los goces, recorriendo en dos horas cuantas páginas escribe el delirio inspirado por todas las pasiones.

Apénas se zafó de ellos, se puso á leer algunos de los libros que acababan de publicarse, y advirtió en ellos el carácter de sus convidados.

Introducíanse cautelosamente en los trenes y se ocultaban bajo los asientos; pero el hambre y otras necesidades les obligaban a denunciar su presencia a los viajeros, que acababan por compadecerse de estas andanzas, riendo de sus raras figuras, de sus coletas y capotes, socorriéndolos con los restos de sus meriendas.