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Al mismo tiempo hacía responsable á «la Generala», creyendo que ésta había podido influir en su decisión. ¡Aquel teniente era tan admirado por doña Clorinda!... Como si contestase á sus ocultos pensamientos, Atilio siguió hablando. ¿ crees que á me interesa ese muchacho con el que deseas batirte?

Atilio Castro admiraba á su pariente, más que por su riqueza y sus éxitos, por su inalterable salud. ¡Qué cosaco!... Es un legítimo heredero del protegido de Catalina. Sin embargo, muchas veces escapaba el yate mar afuera, emprendiendo largos viajes, sin que su dueño se viese forzado á huir de una pasión complicada y peligrosa.

Se había quedado allí después de traer á unos extranjeros que prefirieron, á la salida del Palacio, descender á pie por el antiguo camino fortificado. Miguel lo ocupó, haciéndose conducir á Villa-Sirena. Todo el resto del día y gran parte de la noche transcurrieron para él dulcemente, mientras rumiaba en su memoria las noticias adquiridas. No era mala la jornada. De Atilio apenas se acordó.

Atilio se mantuvo pensativo unos instantes, y continuó: Nos falta un nombre: nuestra comunidad debe tener un título. Nos llamaremos... nos llamaremos «Los enemigos de la mujer». Miguel sonrió. Que el título quede entre nosotros. Si lo saben fuera de aquí, podrían creer otra cosa.

Miró á Castro una vez más, como á un enemigo astuto que disimula su pensamiento, y se aventuró á hacer una pregunta: Y mi parienta la de Delille, ¿cómo juega? Atilio fijó los ojos en él sin malicia alguna, extrañándose del interés que mostraba por la duquesa; pero no pudo hablar, pues se le adelantó Lewis. Odiaba á las mujeres, especialmente en la mesa de juego.

La conozco dijo Atilio con acento de convicción al músico, que no se cansaba de admirarla . La he visto muchas veces. Cuando el día se muestra demasiado limpio, los directores del Casino temen que la clientela se aburra de tanto sol, de tanto azul: azul en el mar, azul en el cielo. «Que suelten la nube grande», ordenan por teléfono.

Pronto usará las rojas, las de veinte, como este servidor. No la recibiré insistió el príncipe. Y tal vez para no decir más de la duquesa de Delille, se separó repentinamente de sus amigos, saliendo del hall. Atilio, deseoso de hablar, interrogó á don Marcos, que conversaba con Novoa, mientras el pianista seguía soñando, con los ojos abiertos, en la martingala del lord.

Tiene además una mala suerte espantosa: todo lo pierde. Estos tiempos son fatales para las personas de sangre real. Casi lloré escuchando sus miserias, y sentí no poder darle más. ¡Una hija de rey!... Pero su padre renegó de ella cuando se fué con un artista obscuro dijo Atilio . Y además, don Carlos no era rey de ninguna parte.

Me lo ha comprado un «nuevo rico». Yo, con la guerra, voy á ser un «nuevo pobre». sabes, Atilio, lo que me pasa desde que empezó esta pelea de naciones. A los primeros cañonazos me enviaron de Rusia la octava parte de las rentas que tenía en tiempos de paz: luego, mucho menos. La revolución todavía recortó de un modo alarmante mis ingresos.

Hablando con Atilio olvidaría la irritación que le había causado la otra mujer. Pero al dirigirse al fondo del salón tuvo una nueva sorpresa. En un ángulo escasamente iluminado vió á Novoa que ocupaba un diván con Valeria, la acompañante de la duquesa. ¡Ah, embustero! Este era el que iba á pasar la tarde en Mónaco ó paseando por el camino de Niza. Tal vez esto último no era falso.