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Muchas veces he ido a Niza, gastando un dineral para ver florecer cuatro naranjos de mala muerte; ahora quiero embriagarme en la inundación de azahar de estos campos. Es el único deseo que me sostiene aquí... Estoy segura.

Italia con su cielo sereno, con su clima templado, con las bellezas que a cada paso puede ofrecer al viajero, constituiría para mi dolor una cruel ironía. ¡Al pensar en que nos disponíamos a ir los dos a ese país encantador y en que ahora deberíamos estar en Niza!... ¡Oh! ¡Cuán diferente, Dios mío!... Amaury se interrumpió: los sollozos ahogaron su voz.

Leonora conocía todos los rincones del mundo. Nada de Niza ni de las otras ciudades de la Costa Azul, bonitas, coquetas, empolvadas y pintadas como una dama que sale del tocador. Encontrarían en ellas demasiada gente. Venecia les convenía más.

Conmovido por el dolor de Vérod, interesado vivamente por la difunta, desconfiaba más que nunca de los rusos. Al día siguiente del interrogatorio del joven, recibió, junto con varios paquetes de cartas, secuestradas en Niza y Zurich, las informaciones pedidas al jefe del departamento de policía y a la legación de Rusia en Berna, acerca de ambos nihilistas.

Te doy las gracias porque has sabido proceder con una cordura cuya mejor recompensa es la tranquilidad que ahora goza Magdalena, merced a la cual pasará una buena noche. Mañana por la mañana podrás pasar una hora en su compañía, y dentro de mes y medio volverás a encontrar en Niza a tu futura esposa ya restablecida y muy contenta de reunirse contigo.

Como quiera que fuese, la Infanta doña Beatriz, acompañada de los embajadores, de su esposo y de gran comitiva de damas y de señores ilustres de la primera nobleza de Portugal, partió al fin de Lisboa para Villafranca de Niza. El Rey, su padre, y la señora Reina fueron embarcados hasta el convento de Belén para despedirla.

El mismo lo ignoraba. «Encontré á unos amigos...» Y en el curso de media hora, estos amigos eran los ingleses de Niza ó una familia de Cap-Martin, como si hubiese vivido en los dos lugares al mismo tiempo. Atilio también faltaba.

Pues por eso mismo temo tanto los efectos de ese aire glacial. Cuando hagas que los sueños de un corazón ilusionado dejen de abrasar tu frente te permitiré correr como tu prima. Si tienes empeño en salir de tu invernáculo y vivir al aire libre, te llevaré a Hyéres, a Niza o a Nápoles, y en un edén de esos tres que te he nombrado yo te dejaré hacer lo que quieras.

El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo. Me instalé en Niza, por unas semanas nada más.

, la hablé de mi amor... Hablamos de la nueva estación, del frío que pronto nos ahuyentaría de aquí... Yo quería saber adonde pensaba ir, dónde y cuando podría verla otra vez. Ella me dijo: «No todavía adonde iré: tal vez a Niza, tal vez a Biarritz. ¿No será mejor ignorarlo, por usted y por ?...» ¿Ve usted?... ¿Y después? Yo la dije: «Sea como usted quiera.